El manjar de la independencia poco les cayó a las clases desposeídas de la mesa de los criollos, libres estos de las trabas de la colonia. Pronto se desató la guerra económica entre los terratenientes serranos y la burguesía costeña, que, con las exportaciones agrícolas, logró un importante poder. Faltaban las riendas del Estado: la Revolución Liberal se las procuró. Eloy Alfaro la dirigió, quien un día de junio había nacido, un día de junio se rebeló por primera vez y un día de junio, el 5 de 1895, fue proclamado por el pueblo de Guayaquil como jefe supremo de la República.

Era el General de las Derrotas, apodo puesto por los conservadores debido a los intentos fallidos, a los exilios y cárcel sufridos. Ahora sería el general de las victorias. El pueblo se había alzado contra el Gobierno de Borrero, asaltado los cuarteles, con la juventud liberal al mando. Un cúmulo de agravios los movía, desde los gobiernos anteriores. “Han llamado al indio Alfaro, pobre país”, gemían las voces del privilegio. “…el indio montonero y anarquista no sabía leer ni escribir, dentro de poco aquel pueblo insolente y bárbaro asaltaría los hogares, violaría doncellas y prendería fuego a las mejores casas de la ciudad…”, cuenta Alfredo Pareja del veneno en su obra La hoguera bárbara, que en sitios distintos y repetidos momentos hemos visto.

El 18 de junio llegó Alfaro a Guayaquil. El pueblo entero en las calles. “No hubo aliento que no se cortase ni pecho que no estallara” (Pareja). “Perdonadme, no puedo hablaros” (Alfaro). En Quito se prepararon para recibirlo. El arzobispo mandó que se leyera en todas las iglesias su pastoral, en la que decía que el enemigo es el liberalismo y radicalismo, la gran ramera de Babilonia, y llamaba a tomar las armas. Derramaron odio en los púlpitos y confesionarios, más fuerte que el vertido contra “Ignacio de la cuchilla”, como le decía Montalvo al presidente Veintemilla. Las comunidades religiosas apoyaron con dinero a la resistencia. Infundieron el miedo de siempre, asustaron a los indios. La Iglesia católica, aliada de los terratenientes, fanatizó a un sector de la población. La reacción del Gobierno liberal fue justa, mas desproporcionada la de algunos liberales.

Ahora (Alfaro) sería el general de las victorias. El pueblo se había alzado contra el Gobierno de Borrero...

Alfaro fue visitado por muchos indios en su viaje a Quito. Querían saber quién era el “indio” Alfaro. La revolución eximió a los indígenas de impuestos y del trabajo subsidiario, suprimió el ominoso concertaje que obligaba a los peones a laborar toda su vida para pagar deudas heredadas, a ceder a sus mujeres al patrón, a recibir sus salarios en papeles para comprar en las tiendas de sus amos. La liberalización de esa mano de obra convino a la burguesía costeña, como sostiene Agustín Cueva.

La Revolución Liberal no transformó sustancialmente la infraestructura económica de la sociedad; cometió el grave error de no entregar a los campesinos los latifundios expropiados a la Iglesia, pero en lo social constituyó un inmenso avance, instauró la plena libertad de expresión, la de cultos, el laicismo y democracia en la educación, la condición de ciudadanas de las mujeres. Tomaron conciencia de su papel en la historia sectores olvidados. (O)