Ese es el grito de alarma de moda. Hace cinco décadas, lo in era todo lo contrario: “el planeta rebasó los límites del crecimiento, somos demasiados”. Cuando dominaba la idea de la superpoblación, muchos gobiernos se autorizaron para intervenir en el útero de sus súbditas y limitar los nacimientos. Incluso de maneras tan abusivas como la ligadura de trompas y el aborto obligatorios. Pero previamente la ciencia había descubiertos los anticonceptivos orales, que sin duda fueron el factor clave para hacer que la maternidad esté sujeta a una libre decisión de las mujeres y no un resultado forzoso de su sexualidad. Fue este descubrimiento, y no las políticas conminatorias, lo que frenó el incremento poblacional que había alcanzado un pico inusitado durante los años 60 y 70 del siglo XX.
Este es un tema cuyo análisis enfrenta factores complejos para tomar en cuenta. Ya hemos topado con uno, los seres humanos no son “máquinas de hacer guaguas” al servicio de los Estados. Sus obligaciones naturales son ser felices y respetar el derecho del otro a serlo. Los placeres sexuales y las satisfacciones de la maternidad son un componente fundamental de la felicidad. La conducta reproductiva es un campo estrictamente reservado a la voluntad de los individuos, en el que una autoridad solo puede terciar para preservar y restablecer derechos de terceros.
Sin embargo, desde el inicio de su historia, los Estados le metieron mano a esta materia. Les interesaba que se fabriquen muchos bebés, porque de eso dependía, en el mediano futuro, que haya soldados para servir en su principal actividad, la guerra de rapiña, o para cobrarles tributos sea en metálico o en especie para mantener a los capitanes y sus familias. Decimos “los Estados”, a sabiendas de que es una ficción que encubre a los verdaderos beneficiarios de esta situación, que antes era una casta político-militar. Hoy se trata de castas político-burocráticas, en las que tecnócratas juegan el papel de sacerdotes y profetas que, como los antiguos arúspices romanos, prevén el porvenir.
A pesar de los controles montados por los poderosos, esta realidad ha sido difícil de dominar. La porfiada estirpe humana persistía en multiplicarse como conejos. Pero en las últimas décadas la fracción más informada de la humanidad encontró que los individuos pueden ser más felices si la maternidad es una opción, no una obligación patriótica o religiosa, que lo ideal es tener pocos hijos o ninguno, para realizarse más bien en el campo profesional o cultural, o para dedicarse simplemente a ser feliz. Se teme que la baja natalidad, provocada por estas legítimas decisiones, llevará a que no haya producción suficiente para cubrir los gastos de los grupos dominantes. La parábola de que cada niño viene con una hogaza de pan bajo el brazo significa que todo ser humano nace con la capacidad de satisfacer sus propias necesidades. Pero siempre los dueños del Estado pensaron que en realidad venía con una palanqueta bajo cada brazo, una para ellos y otra, si la había, para él mismo. Por eso los guardianes del tesoro del rey ahora proclaman a los cuatro vientos que “se está extinguiendo el ser humano”, “viene un colapso demográfico”. (O)