Cuando ocurre un cambio de gobierno renace la expectativa de los agricultores en la esperanza de que la situación calamitosa en que se encuentran cambie radicalmente; pero no ha transcurrido ni el corto período llamado de luna de miel política cuando asoman discordias en la cúpula del régimen que retrasarían sus planes. En ese escenario será difícil corregir una de las carencias nacionales, como ha sido la inexistencia de una clara conciencia agropecuaria, entendiéndose como tal la conexión e importancia que el conjunto de la sociedad y el Estado le otorguen al campo, que por sí solo dimana una imagen positiva y una oportunidad para el despegue hacia el bienestar económico y social de la nación. Sin embargo, se desconoce el trato que vaya a merecer en la nueva administración.
Reiteradamente se afirma que Ecuador es un país agrícola, así lo justifica el aporte al PIB, directo generador del 65 % de las exportaciones no petroleras, fuente extraordinaria de empleo, sostén relevante de la dolarización, fundamental para la provisión de alimentos, sin que constituya carga a la república pues el saldo de la balanza comercial agraria ha sido históricamente favorable, cubriendo con superávit las divisas que requieren las importaciones dirigidas a la producción del sector. Esas afirmaciones no se compadecen con el bajo presupuesto público que maneja lo agrario, coexistiendo con una población pauperizada y sin empleo.
En cambio, la agricultura representa un puntal para Estados influyentes como Argentina, razón para que el gobierno del recién electo presidente Javier Milei haya encargado la cartera a un ingeniero salido de los claustros universitarios, al que ha otorgado tanto poder y respaldo que no se posesionará hasta definir con el responsable de Economía los recursos que se asignarían para su exitoso trabajo. Esta expresión política es de tal magnitud que procederá a cambiar la identificación del ministerio llamándolo en adelante de Bioeconomía, afianzado por la solidaridad de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, delineando con ese hecho el alcance que tendrá su futura gestión.
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Existen gobiernos que han elevado la consecución de la conciencia agropecuaria al nivel de programa, con amplia capacitación, demostrado con réditos en Uruguay y Brasil, el Estado de Dakota del Sur (EE. UU.) y organizaciones de cultivadores como la Sociedad Rural argentina, así como Australia, Nueva Zelanda e incipientemente Perú y Colombia, preocupados también por el remozamiento de una colectividad rural envejecida, creando incentivos para que jóvenes se interesen por tareas agrícolas y ganaderas, promocionando la jerarquización de las madres de familias campesinas como “factor determinante del desarrollo sostenible territorial”.
Es diferente la apreciación al sector en otras latitudes y el respaldo con que cuenta un secretario de Estado agrícola, contrariamente a lo que ha sucedido en nuestro medio, en que se lo deja huérfano de apoyo político, peor económico, aspectos indispensables para el cambio sugerido y como magnífica contribución al engrandecimiento de la concepción natural agrícola que distingue al Ecuador. (O)