El tiempo, inexorable en su marcha, nos acerca a las próximas elecciones, y si el actual presidente Daniel Noboa decide ser candidato, deberá reemplazarlo transitoriamente, por unos cuantos días, la vicepresidenta Verónica Abad. Eso es lo que señala la Constitución, pero se ha hecho público que el presidente querría impedir que las cosas sean así, lo que ya ha trascendido de lo doméstico.

En un gran diario como El País, de España, es ya noticia destacada esta posición de enfrentamiento entre las dos primeras autoridades del país.

La causa de este enfrentamiento la desconocemos, pero sí es evidente que le causa un grave perjuicio al país, a su estabilidad, a la confianza de los mercados, de los eventuales inversionistas nacionales y extranjeros.

Circo de tres pistas

La sola idea de un nuevo cambio de las primeras autoridades, como ha ocurrido tantas veces en el pasado, lo presenta al Ecuador como inestable, inmaduro, sin institucionalidad. Teóricamente, debería ser más fácil que dos personas depongan, aunque sea transitoriamente, aunque sea de dientes para afuera, sus rencores personales y no le obliguen al país a un nuevo periodo de inestabilidad: juicios de destitución, elección de nuevo vicepresidente, nuevas pensiones vitalicias, etc.

¡Dejen las cosas como están, es transitorio, y si los rencores continúan en lo personal, eso le interesa poco al Ecuador!

Núñez de Arce, en uno de sus poemas, en su estilo grandilocuente, decía: He visto tronos volcados, instituciones caídas, y tras recias sacudidas, pueblos y reyes cansados.

¿Peor que la enfermedad?

Algo así puedo decir yo por haber presenciado tantas crisis. Como resultado de ellas, se ha buscado la solución en dar, en la siguiente Constitución, una nueva forma a la sucesión presidencial: cuando el enfrentamiento entre el presidente José María Velasco Ibarra y el vicepresidente Carlos Julio Arosemena Monroy, en el que se produjo la sucesión del segundo, y, como en ese entonces, según la Constitución vigente, la de 1946, el vicepresidente dirigía el Congreso, en la siguiente, decidieron que no ejercería ninguna función pública, que se dedicaría a sus actividades privadas; en la siguiente Constitución, le encargaron al vicepresidente que presida el Consejo Nacional de Desarrollo, organismo planificador; y en la Constitución de Montecristi, del 2008, tal vez por agradar al nuevo líder y presidente se inventaron lo peor, lo más humillante: que el vicepresidente ejerza las funciones que le encargue el presidente, con lo cual el segundo mandatario quedaba convertido en muchacho de los mandados del presidente, quien podría encargarle dirigir el tránsito en una esquina, una cárcel o enviarlo fuera del país, no importa si no quisiera; si no acepta se lo puede destituir. ¡Todo eso hay que cambiar!

Esto de destituir a quienes empezaron la campaña electoral antes del pitazo del árbitro no tiene sentido, porque todos lo han hecho y habría que destituir a todos, inclusive al Consejo Nacional Electoral, CNE, por no controlar; es una de las tonterías del Código de la Democracia; sin este adefesio todo iba bien en el pasado. ¡Necesitamos de la escasa sensatez! (O)