Es tan abrumadora, local y globalmente, la percepción de que la política es un escenario decadente en el cual medran personalidades obscuras, alejadas de las virtudes, capaces de toda acción que fortalezca sus posiciones propias que no tienen nada que ver con las necesidades colectivas a las cuales dicen servir, que he dudado en utilizar una cita de uno de los textos con los cuales trabajo con estudiantes de derecho. Sin embargo, no hacerlo sería abandonar el ideal y también, es verdad, desconocer prácticas políticas honorables que, pese a que cueste decirlo por una suerte de incredulidad intrínseca consustancial a este tipo de afirmaciones, por supuesto que existen y validan el referente que escribo a continuación: “… la idea de Kant sobre lo que es la política supone articular un entramado conceptual complejo en el cual la política es subordinada a la moral a través del derecho. Esto quiere decir que para que la política pueda conseguir el bien supremo posible en el mundo, ella debe inclinarse ante la moral y el derecho porque solo así será posible crear las condiciones que hagan viable tanto la libertad como la felicidad”.

La política global tiene como protagonistas a potencias tradicionales que siempre buscan fortalecer sus intereses a través de relaciones comerciales y también por medio de otros mecanismos cuando es posible y los réditos positivos son previsibles. En América Latina, una región asolada por la corrupción y la inequidad social, los países han optado por gobiernos de izquierda y es probable que esa tendencia se consolide en las elecciones presidenciales de este año en Costa Rica, Colombia y Brasil.

En Ecuador, la política es igual que en todo lado, con las particularidades propias de nuestra cultura. El gobierno navega sin recursos económicos suficientes realizando esfuerzos importantes para fortalecerse financieramente y poder contribuir con el mejoramiento de las condiciones de vida de la población deterioradas por la corrupción, la pandemia, la escasez de recursos y la ausencia de liderazgos vigorosos que, además, son continuamente minados por una oposición más organizada que el oficialismo que busca el fracaso de la actual administración, para desde el desastre sacar provecho para sus partidos políticos y organizaciones, imponiendo puntos de vista y soluciones, sin una visión colectiva que incorpore la diversidad de nuestra sociedad.

Y nosotros como pueblo, empobrecidos cívica y materialmente. Sin educación ni rumbo. Desconcertados demandantes de políticos convencidos de sí mismos y de la real posibilidad de actuar moral y jurídicamente para buscar el bien común. Apremiados por la urgencia de contar con más dirigentes destacados por su entrega al servicio público y su amor por la patria, características que impedirían la adhesión a las veleidades del poder, para que esa posibilidad no sea una opción pese a que hoy, para muchos de ellos, sea una realidad que nos avergüenza porque nos muestra que nosotros también somos tan frívolos como la mayoría de políticos globales envilecidos por su hipocresía y por la incoherencia de su actuar con su discurso de servicio a los demás. (O)