La pandemia fue causada por un error humano y ha sido combatida con más errores. La gente angustiada quería que alguien “haga algo” y los gobiernos respondieron con medidas políticas que ahondaron la crisis. Mientras tanto, el Ecuador ha visto crecer otra epidemia, igualmente mortal y chocante. Me refiero a la violencia homicida. Asesinatos diarios, matanzas frecuentes y, cada cierto tiempo, verdaderas masacres. La gente pide al régimen de turno que “haga algo”. Es malintencionado exigir que un gobierno que lleva meses en el poder ataje esta hemorragia con raíces que datan de siglos. La errónea creencia de que la delincuencia es causada por la miseria y el desempleo no se sostiene, un porcentaje mayoritario de criminales no ha tenido empleo jamás y no quiere tenerlo. Que los exámenes y encuestas que se hacen con reos arrojen un resultado diferente al planteado no tiene valor. Ellos saben bien que si dicen que desean un empleo para rehabilitarse, la voluntad de los magistrados y de los funcionarios penitenciarios será más benevolente. Igual cuentan historias de orígenes familiares espantosos y circunstancias desfavorables que en algún momento los torcieron. Nadie se ocupa de verificar tales tristezas.

La infiltración marxista, que ha permeado toda la educación, refuerza esa visión buenista del delito. Como gran parte de la población ecuatoriana cree realmente que las desigualdades causan la mayor parte transgresiones, los malhechores son vistos como revolucionarios apurados que han decidido implantar la “justicia social” por su propia mano. ¿O sea que con más reforma agraria y estatización de los medidos de producción habrá menos violaciones, crímenes pasionales y narcotráfico? Así ha de ser. Superar estas visiones infundadas, que están detrás de la actitud transigente con el crimen y alientan las legislaciones complacientes tomará años, pero alguien en un punto ha de tomar la iniciativa.

Las masas asustadas presionan por medidas extremas, que al cabo de un tiempo se demuestran contraproducentes, como acaba de suceder con la pandemia. A cuenta de demostrar que se está “haciendo algo”, no se puede administrar “remedios heroicos” que resultarán peores que la enfermedad. Una reforma de las leyes distorsionadas ayudará, pero no se crea que arrancará el mal de raíz. Se debe hacer simultáneamente con un reforzamiento de los aparatos de seguridad, porque de lo contrario veremos tristes espectáculos, como aquel de una docena de policías que no pudieron impedir que un psicópata degollara a una mujer. O los militares con trajes blindados y tanquetas que en el Octubre Negro fueron desarmados por turbas de saqueadores. La fuerza pública tiene que hacer uso prevalente de la fuerza para prevenir la comisión de delitos, pero también para someter a los transgresores. Todo esto dentro de un marco de formación cuidadosa que prevenga abusos. La sociedad ecuatoriana debe abandonar ese complejo que nos lleva a ser tolerantes con el crimen, a cuenta de hipotéticas injusticias, considerando que la enorme mayoría de víctimas son personas de escasos recursos, los ricos están seguros en sus mansiones y urbanizaciones exclusivas. (O)