Después de la Segunda Guerra Mundial emergió un orden internacional bipolar cuya arquitectura duró casi 50 años. Se caracterizó por la división del globo en dos sistemas autónomos, desintegrados económicamente, guiados por ideologías antagónicas, y por la hostilidad explícita en sus relaciones internacionales. Sus protagonistas: Los Estados Unidos y la Unión Soviética (URSS). A pesar de que la economía soviética era casi un tercio de la estadounidense, su capacidad militar y su proyección política le permitieron competir en todas las regiones del mundo. Washington produjo una estrategia para “contener” lo que percibía como expansionismo de Moscú, mientras que la URSS se planteó la confrontación como una lucha entre dos tipos de sociedad: socialismo vs. capitalismo. Ambos recurrieron al uso de la fuerza, aunque nunca combatieron entre sí.

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América Latina y el orden

La imagen de una nueva Guerra Fría se usa ahora para calificar la rivalidad entre China y los Estados Unidos, pero las características de la relación son diferentes. Primero, el mundo no está dividido en dos bloques cohesionados, es muy fragmentado: Europa, India, Rusia, Japón, por ejemplo, son actores globales. Luego, la economía mundial es interdependiente. Washington y Beijing tienen múltiples enlaces financieros y productivos mutuos, y también compartidos con otros actores. Tercero, la posibilidad de enfrentamiento militar entre ellos es menos intensa que en la bipolaridad; y, finalmente, China no se plantea acabar con el mercado capitalista mundial, sino su incorporación dirimente en ese sistema. La economía asiática es más grande y próspera que lo que jamás fue la soviética.

El mundo no alineado

En el entorno descrito las estrategias de la Guerra Fría no tienen sentido. La expansión de Beijing no ha sido territorial. La contención física, relativamente eficiente contra los soviéticos, no es una herramienta para detener políticas de inversiones, infraestructura y exportaciones industriales. China es un rival más formidable para los Estados Unidos que la URSS porque sus recursos van más allá de las capacidades militares y, además, porque el entorno mundial es complejo: ya no es bipolar. Las conexiones de Beijing con los propios aliados de Washington, y con otras sociedades, son innumerables. La mayoría de los países del mundo requieren de China -y también de los Estados Unidos- para que sus economías funcionen y puedan insertarse en la Globalización. Esos países no tienen interés en optar en forma excluyente por ninguno de los contendientes.

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En América Latina todavía hay nostalgia de la bipolaridad por el rol emancipatorio hipotéticamente atribuido a una potencia extra regional; ese sentimiento alienta también la política de los Estados Unidos, desde otra perspectiva, en la creencia de que con la estrategia usada frente a la Unión Soviética se puede sostener el predominio mundial de Washington. Ambas visiones están equivocadas. No hay una Guerra Fría 2.0. La globalización y sus interdependencias ofrecen otro escenario, uno diversificado, conflictivo, interconectado, con alianzas móviles e incertidumbres, en donde el uso de la fuerza sigue siendo un instrumento de poder, aunque no es el único ni tiene la capacidad de resolver todos los conflictos y problemas. (O)