A pesar de todos los problemas y las tragedias, me lo voy a permitir. Me voy a permitir ser feliz, un rato por lo menos. Con esa felicidad que no solo viene de adentro, esa siempre está ahí como las profundas aguas mansas del océano que puede tener un tsunami en la superficie. Quiero la alegría que también se alimenta de lo que ve, lo que huele, lo que escucha.

Me encanta la lluvia. Me fascina ver la oscuridad del cielo que se prepara a descargar el agua que da vida y también la quita. Oír los tambores del chaparrón acercándose y el olor a tierra mojada es uno de los gozos más profundos. Empaparse bajo los canalones con el hielo de esas trombas, preparar luego para todos chocolate caliente y hacer tortas fritas con el agua de lluvia es un jolgorio que convoca a todos los niños de los alrededores. Ver las palomas y los gallinazos, quietos, escurridos en los postes, esperando que pare la lluvia para extender sus alas y secarse un poco, es objeto de comentarios y asombro. Sé y lo lamento, que esa lluvia es una catástrofe para muchos, que se lleva puentes, animales, casas y sueños, pero necesito, necesitamos, un respiro para retomar la vida con alegría. Y el sabor agridulce tiñe ese festejo de la naturaleza que a otros causa dolor y llanto.

Quiero alegrarme con el sol que hoy apareció y con las pequeñas alegrías de la vida, quiero una pausa a las tragedias, los deslaves, los crímenes y el terrorismo, quiero escaparme de los asambleístas y sus discursos huecos, sus peleas e insultos desfilando como obras de teatro por las redes sociales, sus máscaras y sus mentiras, quiero un alto para poder seguir.

Y recuerdo la película La vida es bella, de Roberto Benigni, y su desafío casi imposible de encontrar algo bueno en un campo de concentración, para evitar el sufrimiento de un niño.

¿Se darán cuenta todos los gobernantes y los asambleístas, más allá de sus intereses políticos, cómo someten a toda la población a un desgaste emocional que casi anula esa alegría ecuatoriana que baila las penas en sanjuanitos y pasillos? ¿Se darán cuenta de que son en gran parte responsables de la salud mental de la gente, de los suicidios de los jóvenes sin esperanzas?

Quiero alegrarme con el sol que hoy apareció y con las pequeñas alegrías de la vida...

Monseñor Cabrera me decía: Cuando uno ve a las personas cantar y danzar con tanta emoción canciones con letras tristes, llenas de decepción, descubre que están encontrando un camino para la esperanza y la paz, como cuando bailan con entusiasmo el sanjuanito “pobre corazón entristecido, ya no puedo más soportar”, algo renace entre los pies, las rondas y los pañuelos.

León Gieco cantó hace unos días, en un encuentro de artistas con el papa Francisco, ese sacerdote mayor y enfermo dueño de una ternura que abriga y escucha, su emblemática canción Solo le pido a Dios. En un entorno de personajes eclesiales, serios, mustios, opacos, poco a poco logró que cantaran: “Solo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente, que la reseca muerte no me encuentre, vacía y sola sin haber hecho lo suficiente. Que lo injusto, el engaño, el futuro no me sea indiferente. Que la inocencia de la gente no sea pisoteada”.

Permitirse ser feliz sin negar, sin evadirse, conmoviéndose por el sufrimiento ajeno es un reto. (O)