Algunos magnicidios marcaron la historia de esta tierra que llamamos Ecuador. Son episodios de sangre que torcieron la historia y pusieron en evidencia aquello de que la política mal entendida resulta en ambición y violencia. Esas tragedias, por largo tiempo, pesaron sobre la sociedad y definieron su suerte.

¿Valoramos la libertad?

En junio de 1812, los pobladores del barrio de San Roque, en el Quito colonial, indignados por los abusos del régimen, irrumpieron en la residencia del conde Ruiz de Castilla, presidente de la Real Audiencia, apalearon al personaje y le llevaron por la fuerza a la Plaza Grande. El conde murió por la paliza y los vejámenes. Se acentuó la represión sobre la ciudad rebelde que, el 2 de agosto de 1810, había sufrido la matanza de las élites quiteñas y de gente del pueblo. De allí en adelante, el proceso de independencia estuvo marcado por la guerra civil, y por el protagonismo de ejércitos, caudillos y generales, hasta el 24 de mayo de 1822.

El 6 de agosto de 1875, hace 150 años, el presidente de la República, Gabriel García Moreno, murió bajo los machetazos y los disparos de un grupo de complotados que le asaltaron cobardemente mientras llegaba al Palacio de Carondelet. En el bolsillo de la chaqueta llevaba el informe a la nación que debía leer ante el Congreso. Uno de los complotados murió por el balazo disparado por un soldado de la guardia. Con el presidente asesinado, concluyó un gobierno caracterizado por la firmeza, el énfasis en la educación, la restauración de la autoridad, la represión, la obra pública y el poder político asociado con la iglesia. Terminó un tiempo en que, pese a todo, se consolidó la unión del país.

La Asamblea sin edecán

El 28 de enero de 1912, las turbas invadieron el penal al que había llegado preso, desde Guayaquil y en el ferrocarril, el general Eloy Alfaro y un grupo de comandantes liberales. Todos murieron masacrados y fueron arrastrados hasta El Ejido en un episodio infamante. Las hogueras consumieron sus restos. Semejante crimen marcó ese tiempo y a la ciudad. Poco tiempo después fue asesinado el general Julio Andrade, el de la “espada sin mancha”.

Muchos otros, sin ser magistrados de la nación, murieron fusilados, desterrados y perseguidos, y mujeres como Rosa Zárate, líder del levantamiento de los barrios de Quito, luchadora por la independencia, acompañó en el suplicio a su marido, Nicolás de la Peña Maldonado, fusilados en julio de 1813.

Hace tres años, un dirigente político fue asesinado a plena luz del día, al salir de un mitin electoral.

Bastaba un decreto

Detrás de estas tragedias hay conspiraciones y revoluciones, ambiciones; hay odio, sectarismo, cálculos y razones que nunca se descubrieron. Está la política como nubarrón y el desprecio a la vida humana como sistema. Están la gente y los dirigentes que obraron bajo la estupidez del poder o al impulso de la revancha.

La isla de paz, no fue tanto de paz. Como todo lo humano, lo que hoy es el Ecuador, fue, y es, un espacio donde la violencia se ha hecho presente. Pese a ello, la paz y la razón serán metas invariables de la civilización política. (O)