Sabemos poco de Jesús de Nazareth, pero no fue una ficción sino una figura real de cuya vida las fuentes que narran su biografía, los evangelios, trazan una cronología bastante exacta sin citar una sola cifra. La moderna exégesis bíblica permite fijar con bastante precisión la fecha de su muerte. Ocurriría el viernes 7 de abril del año 30, aunque algunos expertos la trasladan al jueves 6, considerando que el descendimiento de la cruz y la sepultura del cuerpo del nazareno debieron realizarse antes de las seis de la tarde del 7, que para los judíos ya era sábado, día en el que ya no se podían hacer tales labores. Ese año fue el único de ese período en el que la sagrada fiesta de la Pascua cayó en sábado, como dicen los evangelios. Igualmente, su nacimiento ocurriría alrededor del año 6 “antes de Cristo”, en el que se realizó el censo impuesto por el emperador romano del que habla la Biblia. Así Jesús habría vivido en esta Tierra unos treinta y seis años.
'La Última Cena fue miércoles'
En el calendario hebreo la muerte de Jesús se habría producido el día 13 o 14 del primer mes del año, el de Nisán, el del retoñar de las plantas, que abarca el primer ciclo lunar de la primavera. La Pascua, que evoca la salida de los judíos de Egipto, se celebra desde el 15 de Nisán, que en el año de la crucifixión fue sábado. La semana de Pascua siempre es de luna llena. Las iglesias cristianas en lugar de conmemorar la muerte y la resurrección de Jesús siguiendo el calendario lunar judío, que habría sido lo históricamente aceptable, o determinándole una fecha en el calendario solar occidental, que habría sido lo más práctico, optaron por un sistema terriblemente complicado, que mezcla las dos. El gran matemático Carl Friedrich Gaus formuló una ecuación que permite saber el día preciso de la festividad, pero aun así resulta abstruso. Tras de esta forzada maniobra estaba el propósito sectario de hacer que la Pascua cristiana no coincida nunca con la judía.
Comienzan en Israel los festejos de la Pascua judía, la fiesta de la libertad
Hay una dificultad extra. Sea lunar o solar, el año no dura días exactos, sino que hay pequeñas diferencias de horas y minutos, que con el paso de las décadas se acumulan y se pierde exactitud. Por esto cada calendario tiene un sistema para “embolismar” estas diferencias y hacer que la fecha religiosa o legal coincida con la fecha astronómica. La excepción es el calendario islámico, que se simplificó quitándole todo embolismamiento y así los meses no coinciden con lo que sus nombres describen. El mes de la sequía o el congelamiento puede caer en época de lluvias.
Parecería que los calendarios se conforman alrededor de las celebraciones sagradas. Esto no es así, las fiestas se señalan en función del calendario. La medición del tiempo surge con la agricultura y la ganadería sedentaria, hay un tiempo para arar y sembrar, otro para regar y abonar, hasta el de cosechar y almacenar. Estas actividades deben estar previstas y se solemnizan con el respectivo festejo. Se agradece a la divinidad por los dones de la tierra y se pide bonanza para la estación siguiente. Esta no es una interpretación materialista del tiempo sagrado, es una visión de la fuerza del mito que tras de sus imágenes despliega la realidad del espíritu. (O)