Tal vez es extremo plantear un título como el que está escrito. Sin embargo, muchas de nuestras características culturales forman parte del duro sustantivo de esa frase. Falaz es aquel que miente, engaña y utiliza embustes en un momento u otro de sus actuaciones frente a sí mismo o en su relación con los otros.
La famosa frase, el estribillo “viveza criolla”, es la representación conceptual elocuente de la falacia instaurada como forma de ser histórica y cultural. El comportamiento alevoso, aprovechador de circunstancias para beneficio personal, mentiroso, irreverente frente a los principios, avasallador con toda forma de sociabilidad elaborada, lamentablemente nos identifica históricamente, en parte, como sociedad.
No voy a referirme a las conductas de esa lacerante frase que nos califica, en cierta medida, como pueblo, porque todos las conocemos. La viveza criolla no es atributo de un grupo social u otro, nos atraviesa y define como sociedad. Todos la cultivamos y alimentamos, contribuyendo para que sea cada vez más evidente y vigente en nuestra cotidianidad.
La situación actual del país es una muestra de lo que manifiesto. Quienes extorsionan a ciudadanos que quieren trabajar y les exigen brutalmente que plieguen a su posición de violencia utilizan armas de todo tipo para atacar a la fuerza pública, pinchan llantas, golpean a quienes se atreven a manifestar su desacuerdo, impiden la movilidad de ciudadanos bloqueando carreteras o se atribuyen el control del abastecimiento de alimentos, gas y otros productos necesarios para la vida de la gente, lo niegan. Desenfadadamente. Falazmente.
“No somos nosotros”, dicen campantes, impertérritos. “Son los infiltrados”, lo afirman y lo repiten como si nada, como si fuera cierto, cuando todos hemos vivido esa realidad de fuerza aplicada en contra de nuestros derechos a la movilidad, al trabajo, a la libertad de pensamiento y al derecho a la paz y armonía, como fundamentos de la vida en sociedad.
Del lado gubernamental, otro tanto, como cuando las fuerzas policiales y militares golpean a periodistas o ciudadanos, o los funcionarios encargados de garantizar la paz social y el orden se niegan, a rajatabla, a cualquier tipo de diálogo con quienes son los dirigentes de movimientos sociales y lideran los procesos de resistencia que, lamentablemente, están atravesados por comportamientos antijurídicos.
El presente y el futuro de una sociedad, la nuestra, marcada por la negación del otro y por la falaz mentira que desconoce esa forma de ser, son precarios e inciertos. Necesitamos más altura moral. Más autocrítica en los unos, en los otros y en nosotros los ciudadanos, corresponsables de todo.
Creo que hay que dialogar teniendo a la ética como fundamento. Para que los siempre justos actos de resistencia se consagren como legítimos, obviamente, al margen de la violencia y la construcción del caos y de la mentira, que las niegan, sin rubor. Para que quienes gobiernan, por haber sido electos y nos representan democráticamente, lo hagan desde la transparencia y vocación patriótica que implica el reconocimiento de los otros, de la disidencia y de la oposición. (O)