Fabricio Valverde fue un ecuatoriano que amaba la naturaleza. Oceanógrafo, máster en manejo de recursos y guía naturalista, en el año 1998 se desempeñaba como jefe técnico del Parque Nacional Galápagos cuando, volviendo de un viaje formativo desde Francia, murió al estrellarse en Bogotá el avión que lo traía. Conocí de él a través del doloroso relato de su viuda, Angie, quien recibió la fatal noticia con seis meses de embarazo.
Hoy, en la isla Santa Cruz donde está el parque que tanto amó, Fabricio Valverde es el nombre del centro de acopio de los desechos que colonos y turistas producen. Allí se dividen los residuos reciclables, como plásticos, papel y vidrio, pero los recipientes de espumaflex, en grandes cantidades, colchones, pañales y demás productos desechables pero no reciclables, llegan para ser embalados, pesados y trasladados en contenedores hasta el continente, a Guayaquil, a la empresa Geocycle que los compra para darles un segundo uso, una segunda oportunidad, al convertirlos en energía para la fabricación de cemento, luego de un minucioso proceso que termina en los hornos de Holcim.
Una transformación de la basura de Galápagos que me hace pensar en lo potente que sigue siendo ese lugar, el sitio donde se concibió la teoría de la evolución del sabio inglés Charles Darwin. Aplausos.
La tarea que se cumple en el sitio de acopio, y que conocí de primera mano en las afueras de Puerto Ayora, es encomiable. Las botellas de vidrio, que en el archipiélago están estrictamente controladas, van a molinos donde se las prepara para unirse al material de construcción, y los plásticos reciclables, botellas, vasos y demás van luego también a empresas que volverán a fundirlos. Los desechos orgánicos, de comida, se seleccionan para enterrar una parte de ellos o tras un pacienzudo proceso, convertirlos en composta, abono, que se utiliza en la misma agricultura de las islas. Todo eso a través de un minucioso camino que requirió de ordenanzas dictadas por la anterior administración municipal y que disponen el uso obligatorio de fundas por color, verde para lo orgánico, azul para lo reciclable y negro para lo que no. Fundas que los galapagueños deben comprar de su bolsillo, para cumplir con la tarea ambiental individual que sobre todo las nuevas generaciones ya reconocen como propia.
Santa Cruz, el mayor sitio de protección de las especies y de descanso eterno de íconos como el Solitario George, que permanece embalsamado en el Parque Nacional, es así una población con el 60 % de éxito en reciclaje, cuando en el Ecuador continental se llega apenas al 5 %. Y como tal un ejemplo para el mundo de
cómo tomar políticas públicas, aunque impopulares, en pos de la conservación y juntarlas con buenas prácticas empresariales en el marco de la sostenibilidad.
Si Fabricio Valverde, el oceanógrafo que murió joven mientras cumplía su formación para proteger a las Galápagos, pudiera ver lo que se hace ahora mismo en su nombre, quizás sonreiría de satisfacción. Poder sacar la basura imposible de reusar es, sin duda, una proeza con la que él debe haber soñado. Digno homenaje a su memoria. (O)