Mientras consideró al poder como algo que posee otra persona fue tan solo un aspirante. Con lo ocurrido en la Asamblea, Guillermo Lasso culmina su proceso de salir del útero político en donde se gestó. Honrar a su padre y besar su tumba tras conseguir ser elegido presidente fue el gesto simbólico, ahorrador de 100 sesiones psicoanalíticas (lo comento porque fue público) que sirvió de preámbulo a su propio parto y lo puso ya en la reducida lista de políticos nacionales. Si acaso este renacimiento se dio tras engañar al amigo, eso consta en los manuales que definen la política como ciencia de la mentira, donde no hay amistad y el poder debe ser tomado, no entregado. Aunque algunos políticos no recurren al engaño.

Los dolores de parto fueron asistidos por matronas de poncho, azuzadas por gente de rupturas, preocupadas por el control legislativo costeño que se veía venir y que habría balanceado el equilibrio regional del poder profundo que esas parteras y sus representados se especializan en cultivar, disponiendo como propio de los nutrientes que el cordón umbilical del Ejecutivo reparte en normativas y recursos públicos.

El nuevo parto ha regocijado a las redes sociales donde se afirma, con justa razón, que el poder debe ser ejercido por un sujeto, no por un rehén o un títere. Hasta aquí, pues, la partida de nacimiento del político. Ahora vendrán las consecuencias; por un lado, las personales para él y su familia (les deseo lo mejor), y por otro, las que tendrá sobre nuestras vidas su ejercicio del poder.

Gran favor nos haría en achicar lo público a la mitad y dejarlo en el 20% del PIB que tenía antes de Correa. Eso sí sería alejarse del legado correísta, pues su corrupción solo fue posible gracias a la expansión de lo público. Pero sus nuevos aliados creen en aumentar los egresos y limitar los ingresos del Estado. Y quienes desde las alturas ya inundaron los ministerios con fichas propias boicotearán su achique.

Como exbanquero, Guillermo Lasso tendrá facilidades para refinanciar el déficit fiscal y usar con pragmatismo a un ministro de Finanzas que no cree en la dolarización. Cuando fue banquero impulsó las actividades económicas de otros y esas habilidades le servirán para propiciar el desarrollo de la producción y el empleo real. Y es allí donde regresará la necesidad del balance regional entre dos mentalidades opuestas: quienes quieren lo público como fuerza motriz ilimitada y quienes lo queremos diminuto; entre quienes pregonan la cultura tributaria y quienes creemos que la contribución solo se justifica si hay austeridad y transparencia en el gasto público.

Ojalá, llegado ese momento, puedan también colaborar personas de éxito y con experiencia, como Jaime Nebot, que transformó para bien a Guayaquil, o Henry Kronfle, brillante artífice del Tratado de Libre Comercio con Europa. Porque nadie quiere, tampoco, un presidente vulnerable al adulo con que, en la ciudad del gran poder, se camufla el tráfico de influencias.

Guillermo Lasso tiene el desafío de rescatar al país de catorce años de estatismo. (O)