Que las redes sociales han transformado las vidas es una verdad repetida y tan cierta que le da material a la escritora francesa Delphine de Vigan para escribir su última novela. Esta escritora de 56 años, exitosa en materia de premios y traducciones, cuya novela Basada en hechos reales (2016) fue llevada al cine por Roman Polanski, echa una pica sobre la llamada realidad virtual. Por eso la agobiante actualidad de páginas de las que emerjo preocupada.

Los reyes de la casa (2021) parece ilustrar lo que dijo en una entrevista previa a la escritura: “Uno es lo que decide mirar”. Si formamos parte de una humanidad que vive con los ojos clavados en el teléfono móvil, interactuando con seres invisibles a costa de vistos y comentarios, confesando y mostrando lo más personal, la novela nos toca. No hay duda de que la tecnología ha creado una nueva versión de personas, confundiendo la naturaleza de las relaciones y los vínculos. De Vigan pone el dedo en esa llaga con la historia de una muchacha que siembra su afición a la imagen al participar en un reality show, con el que saborea el placer de la exposición y deriva hacia convertir a su familia en la materia permanente de lives en Instagram y muestras en su propio canal de YouTube.

Con la dinámica de la narrativa contemporánea, asistimos por doble camino al desarrollo de existencias distantes: la de Melany, la futura estrella, y la de Clara, la acuciosa y bajita estudiante de la Escuela de Policía. Diez años después ambas coincidirán en la investigación del secuestro de Kimmy, la hija de la primera, desaparecida de su propio jardín. Así nos vamos enterando cómo Melany armó un tejido de imágenes, grabando con su celular y hasta disponiendo de estudio propio, a sus dos hijos para entregar a sus seguidores el rostro de una familia feliz.

Hoy Delphine de Vigan nos lleva a pensar en qué estamos haciendo con las redes sociales.

El disciplinado cultivo de ese exhibicionismo feroz trajo consecuencia a mediano y largo plazo. Llegaron regalos, dinero de auspiciantes y problemas psicológicos, es decir, que lo que parecía un juego, una ingenua entrega a la felicidad de los seguidores, abrió brechas enormes en la vida de cuatro personas a lo largo de veinte años. La novela revisa si los padres tienen derecho a disponer así de la imagen de sus hijos, a entregarlos a las fantasías de receptores anónimos –pedófilos incluidos–, a anularles el derecho a la intimidad, a convertirlos en ciudadanos públicos al regalar sus fisonomías al consumo generalizado.

La novela nos pone a pensar en las secuelas de la exposición constante, así como en la paralela ingesta de las bagatelas audiovisuales, que hacen un trabajo imprevisible en la vida psíquica de las personas de quienes ya se diagnostica adicción, miedos a dejarse ver, pánico escénico, timidez enfermiza. Padres administrando fortunas hechas por niños precoces –caso Britney Spears, por ejemplo– también provienen de esa vorágine social que es la combinación del capitalismo y muchas tecnologías. Pasó con figuras cinematográficas, pasa hoy actuando más fácilmente, hasta con dispositivos de manejo hogareño.

Vale reparar en que siempre la literatura ha estado allí, donde una metáfora diga más que un concepto, donde una ficción nos permita imaginar con libertad todo lo posible. Hoy Delphine de Vigan nos lleva a pensar en qué estamos haciendo con las redes sociales. (O)