Los resultados de la última elección presidencial pusieron de moda el hablar de las “generaciones” como factor importante en la dinámica política. Los cuatro aspirantes que llegaron adelante tienen edades que se ubican en un rango entre los 46 y 35 años. Enseguida los “analistas” empezaron a manejar el componente etario como el definidor clave en las cifras finales. Una visión un poco más a fondo hace tambalear tal hipótesis. Ganaron cuatro jóvenes porque todos los participantes eran jóvenes, ya que el candidato que, según preveían las mediciones serias, se ubicaría en segundo lugar, fue quitado de en medio a bala limpia, se trataba de un político de 60 años, fogueado, maduro. La ganadora es la mayor de este grupo y tampoco su relativa juventud pesó en su triunfo, sino que capitalizó el voto duro de la corriente populista, lo obtenido era cercano a lo que tal vertiente había conseguido en los últimos dos comicios.

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Hasta allí los hechos. A partir de ellos podemos explicar que Daniel Noboa prevaleció entre los restantes, no por sus 35 años, sino por exponer un planteamiento coherente, no trizado por la grieta correísmo/anticorreísmo. No es que tal abra de la realidad política ecuatoriana ya no importe, sino que el anticorreísmo sólido se manifestó en la alta votación que obtuvo Fernando Villavicencio. Entonces tras Noboa se fue el grueso de los moderados. Como al día siguiente de las elecciones todos somos analistas, los más optaron por la explicación mágica de la edad, recurso simpático que se sabe agrada a los jóvenes y a los viejos verdes. Digamos “bocanada de aire fresco” y otras vaciedades para estar a tono con lo que, a primera vista y solo a primera vista, dicen los resultados.

Tiempo de cambios

Clasificar a la sociedad humana por generaciones tiene muy poco más valor real que hacerlo por los signos del zodíaco. En lugar de analizar el ingreso, la educación, la adscripción cultural y otras categorías aburridas, mejor hablemos de millennials y boomers, así en inglés sobre todo. Ya lo observó Karl Mannheim, es atractiva la herramienta de las generaciones porque estas existen como hecho conceptual, tienen unos límites precisos e incluso son medibles demográficamente, así podemos decir que en el Ecuador hay tantos millennials, tantos boomers, etcétera, pero esto no explica nada salvo la edad de las personas. El mismo autor insinúa que una de las razones de la fascinación de tal método están en que permite señalar a un grupo concreto, los viejos, como el sector inmovilista y retardatario, mientras que los jóvenes serían la vanguardia necesaria del cambio. Pero la falla fundamental del modelo está en la clave que ubica a las personas en tal o cual generación: su fecha de su nacimiento. Todos los días nacen personas, no surgen por tandas discretas cada quince años. Cierto es que, como dice el filósofo Dilthey, las personas contemporáneas están sometidas a influencias culturales y materiales compartidas, pero estas son asimiladas subjetivamente, no impactan de la misma manera ni se incorporan mecánicamente. Todo esto nos lleva concluir que una generación es una masa demasiado difusa para determinar el análisis social. (O)