Diciembre de 2001, se destapó uno de los mayores escándalos de la historia económica. Enron —empresa líder mundial en energía y modelo en EE. UU.: $100.000 millones en facturación— se declara en quiebra. La crisis fue consecuencia de un fraude de ingeniería contable: pasivos convertidos en activos, préstamos como ingresos, deuda maquillada, beneficios inflados. A este escándalo le siguió el de Worldcom en 2003, el de Lehman Brothers en 2008 (crisis de las hipotecas basura). Lava Jato en 2016: la mayor trama de corrupción en la historia de Brasil y Latinoamérica, en la que un grupo de las más grandes constructoras corrompió a funcionarios de distintos países para obtener importantes contratos en toda América Latina. El dinero que se pagaba en coimas era cargado al costo final de las obras. Ganaban la constructora y el funcionario corrupto, perdía el Estado.

Cuando la dimensión moral de una sociedad se empobrece, ese espacio es gradualmente ocupado por la esfera económica o la política.

Esta crisis económica estalla como consecuencia de todo un proceso en el que tanto los actores (consumidores, agentes, directivos) como las instituciones de Gobierno que pudieron y debieron identificar irregularidades no lo hicieron. Todos optaron por evadir la realidad, tal como en el caso Enron, hasta que ¡pum! Seguro muchos tuvieron inquietudes acerca de lo que sucedía, y sin embargo…

En la política han primado los resultados electorales, las encuestas, la opinión en redes sociales, en fin, el cortoplacismo como guía de las acciones de los Gobiernos. En la economía y finanzas, se busca el shortcut para hacer mucho dinero rápido, incrementar rentabilidades enormes, en una carrera desenfrenada de endeudamiento, altos gastos, productos caros. Todos los agentes dominados por el corto plazo. A esto se suma que vivimos en la era de la tecnología en línea, de moda viral, productos descartables, fútbol millonario, producciones cinematográficas astronómicas, bienestar individual por sobre el esfuerzo, calificaciones altas estudiando poco, gasto en muchos viajes trabajando menos; la era millenial, mentalidad de satisfacción inmediatista, que solo persigue el aquí y ahora. El progreso nos ha acostumbrado a “tenerlo todo, pero ya”. Ese tipo de progreso nos ha pasado factura, como sociedad completa. La cultura de inmediatez y el debilitamiento moral han sido los motores que llevaron a nuestras sociedades a la corrupción, que no es solo de los Gobiernos, sino que se ancla en todos los estamentos sociales, las empresas privadas, la educación, el consumidor inclusive. El tipo de desarrollo que necesitamos no resiste ya cualquier precio, sino uno de mediano plazo, como horizonte en la economía y la política.

Esta oportunidad nos abre el nuevo Gobierno del “Ecuador del encuentro”. Una nueva visión que como sociedad completa —no solo desde el Gobierno— nos guíe hacia un desarrollo económico real y sostenible, con los esfuerzos que eso demanda de cada ciudadano, superando el cortoplacismo, privilegiando la prudencia en nuestro manejo financiero.

La confianza que la reciente elección presidencial ha generado en los mercados financieros usémosla para generar confianza en el país haciendo crecer los negocios. La corrupción ha llegado a sernos muy costosa. No podemos seguir pagando ese precio. (O)