Desamparados, expuestos a todos los riesgos, sometidos a la inseguridad que nos agobia, esperando el golpe, el asalto, la mala noticia; angustiados porque no hay certeza, porque los derechos se han convertido en cotidiana mentira y en insoportable burla, y las instituciones, en palabrería vacua. Porque el Estado no sirve para nada, porque la Asamblea Nacional es un espacio donde anidan toda clase de cálculos e intereses, menos los de la comunidad. Porque la justicia es cosa rara, un infinito túnel procesal lleno de sorpresas. Porque el Ejecutivo, al parecer, vive en otro mundo, no conecta con la realidad y no asume que la República cae en picada ante la impavidez de los unos y el susto de los otros.

Desamparados en el tráfico brutal. Desamparados porque no hay policía a la vista, porque a la vuelta de la esquina prosperan las tribus de atracadores. Porque después de la pandemia hay que asumir el nuevo encierro, ahora por el miedo. Desamparados porque no hay a quién creer, ni tesis que se salve del naufragio universal de la verdad, porque la política es una historieta y la República un cuento, porque las noticias de la corrupción no cesan, y los episodios de la viveza se extienden como el aire viciado que respiramos. Porque no hay sensatez, no hay prudencia.

Me pregunto, desde el desamparo, ¿para qué sirve este mastodonte que es el Estado? ¿Por qué pagamos impuestos si no hay retribución que explique esa injustificable expropiación de nuestros recursos? ¿Cómo se justifica el enorme aparato de la burocracia? ¿Cómo creer en el discurso de los candidatos a todo y en los rebuscados argumentos de los asambleístas? ¿Cómo creer en la política, si cotidianamente hay un desmentido dramático a su legitimidad, si la violencia es episodio de cada hora? ¿Cómo creerle, presidente; cómo creerles, asambleístas; como creerles a los jefes de todas las funciones, si constatamos con angustia la inutilidad de sus gestiones?

¿Por qué pagamos impuestos si no hay retribución que explique esa injustificable expropiación de nuestros recursos?

Quisiera creerles, porque se trata de mi país, de nuestro espacio y de nuestra casa. Pero es imposible que sus discursos restauren la confianza. No les creo. No hay explicación que valga cuando se ha permitido que la seguridad agonice, que las instituciones se conviertan en despojos que ensombrecen lo que algún día fue el sueño de una República. No hay justificación posible si el Estado no responde a lo único que explica su existencia: el servicio a la comunidad y a cada persona, el respeto a los derechos, la mínima garantía de tener una vida segura y razonable para trabajar y, si es posible, prosperar.

Si les escucho, me parece que miramos las cosas desde perspectivas irreconciliables. Es que mi país no está hecho de poder, no está marcado por agendas políticas, no responde a sondeos ni a cálculos. Está hecho de trabajo, libertad y derechos que caducan por la inutilidad de sus gestiones. Ese país exige una mínima seguridad que ustedes no son capaces de darnos. Ese país, el nuestro, no se reconoce en el de ustedes. No se reconoce en la política. Se reconoce en la dignidad que es lo que nos queda. (O)