Ayer, en una entrevista radial, uno de los integrantes del panel comentó algo que me pareció muy relevante y que, aunque resulta obvio, evidencia el deterioro rampante de nuestra sociedad.

Me refiero a la falta de data confiable en el Ecuador. A propósito de mi última columna publicada en este espacio, relacionada con la falta de credibilidad de las encuestas en el país, y con motivo del comentario antes referido, pretendo en esta columna compartir con usted, amigo lector, unas cuantas reflexiones al respecto.

Desde que tengo memoria política consciente, la información emitida por el Banco Central o por el INEC (por poner algunos ejemplos) era medianamente confiable. Así también lo eran las tres o cuatro encuestadoras que median el pulso político del país.

Con la debacle acelerada de las instituciones democráticas, lo que antes era confiable hoy ya no lo es.

Cuando tenemos acceso a data oficial sobre la inflación, las proyecciones de crecimiento del país, los índices de inseguridad o algo tan elemental como el costo de la canasta básica, por mencionar unos cuantos ítems, generalmente se trata de información que al contrastar con otras fuentes privadas, de ONG extranjeras o la simple realidad de los mercados, resulta inexacta o errónea.

Las razones pueden ser muchas, desde manipulación oficial para fines electorales o egos (manipulación que puede tener su origen en diversos niveles del Estado), desidia de los funcionarios a cargo o desconocimiento y/o incapacidad de los responsables.

El resultado es el mismo, sea cual fuere la razón: una sociedad que no tiene cifras confiables.

Y por ello, precisamente, es que cada gobernante que asume el poder, sea nacional o local, casi siempre se queja de que la realidad de lo que ha recibido es mucho peor que lo que se informaba públicamente.

¿Recuerda usted, amigo lector, a algún presidente en las últimas décadas que cuando se haya sentado en Carondelet no se haya quejado del estado en que recibe, por ejemplo, las finanzas del Estado?

Lo más grave es que nos hemos acostumbrado a verlo con normalidad, como si manipular las cifras y engañar al país y a la comunidad internacional fuese algo razonable y, casi, una política de Estado.

En su momento lo dijeron Lucio, Correa, Lenín y Lasso, y con seguridad lo dirá quien gane las elecciones presidenciales ad portas.

¿Qué hacer al respecto?

Yo veo dos opciones: esperar y rezar por que lleguen autoridades de excepción dispuestas a cambiar esta dinámica, con el riesgo de que en cuatro años todo vuelva al estatus de siempre, o desde la sociedad civil impulsar la institucionalización de data pública confiable, recolectada, procesada y difundida por instituciones técnicas con credibilidad y rigor académico, financiada por el sector privado (por lo menos, inicialmente).

La información es poder, sin duda. Y en este mundo digital en que vivimos es indispensable que la sociedad tenga información confiable a su disposición.

Solo así podremos saber realmente en dónde estamos y qué nos hace falta para sacar al país del estado de postración en el que se encuentra. (O)