En Latinoamérica es de larga data una visión negativa del contrabando. En EE. UU., en cambio, no siempre fue negativa. De hecho, es conocido que John Hancock, el de la célebre firma en la Declaración de Independencia de EE. UU., había hecho su fortuna con el contrabando y luego de ser acusado por este delito, fue defendido por uno de los protagonistas de la Revolución americana: el abogado John Adams.

Hancock era amigo de Adams desde la infancia y había entablado una relación de cooperación mutua con uno de los líderes de los rebeldes, el primo de John Adams, Samuel Adams. Hancock vio que la mejor manera de asegurarse protección alrededor de la ciudad y en el puerto de Boston por parte de los rebeldes era financiando de manera importante su movimiento.

En un sistema proteccionista, tanto los comerciantes como los consumidores se beneficiaban ampliamente del contrabando, por lo tanto, este era una institución informal que gozaba de apoyo popular. John Adams, en el célebre caso de 1768-69, argumentó que Hancock no podía ser culpable dado que la ley comercial que se le acusaba violar “…se hizo sin nuestro consentimiento. Mi colega el Sr. Hancock nunca lo consintió. Él nunca votó por ella, y nunca votó por nadie que hiciera tal ley por él”.

durante la época de los movimientos de las independencias de las Américas, fueron precisamente de estos grupos de interés que surgieron individuos que promovieron sistemas incluyentes.

Algo similar sucedió en Cartagena de Indias. Allí el movimiento autonomista, que luego derivó en la declaración de independencia de Cartagena en 1811, tuvo como uno de sus principales a un importante contrabandista, José Ignacio de Pombo. El historiador Jorge Arias de Greiff cuenta que solía ser la costumbre que el gobernador emparentado vía matrimonio concedía salvoconductos a las embarcaciones a cambio de una participación en los beneficios del comercio ilícito. Así sucedió hasta que la monarquía católica intentó ejercer mayor control sobre el comercio y la Marina leal a la corona empezó a incomodar a las élites comerciales de Cartagena, que ya estaban preparadas para asumir el poder local desde el Consulado de Comercio. De hecho, durante la guerra Anglo-Española (1796-1802), fue detenida repleta de mercadería una goleta llamada La Fancy y fue acusado de contrabando su ilustre propietario –Pombo– en Santafé (Bogotá). Precisamente, entre los años 1800 y 1810, Pombo se dedicó a explicar los perjuicios de un sistema tributario opresivo y de regulaciones que restaban competitividad a su provincia. Como uno de sus informes se titula “El origen y causas del contrabando, sus perjuicios, los medios de evitarlo, y de descubrir los fraudes”, algunos lo han acusado de hipócrita. Pero una lectura más detenida nos muestra cómo a pesar de gozar de los beneficios de una familia políticamente conectada dentro del sistema virreinal, Pombo montó una defensa basada en principios de libertad individual, no muy distinta a aquella de los padres fundadores de EE. UU. y lo hizo arriesgando su capital.

Los sistemas excluyentes concentran en pocos los beneficios y distribuyen ampliamente los costos. Los pocos, percatándose de sus beneficios, se organizan políticamente para mantenerlos. Pero durante la época de los movimientos de las independencias de las Américas, fueron precisamente de estos grupos de interés que surgieron individuos que promovieron sistemas incluyentes. (O)