El cine de los domingos era tan obligatorio como la misa. No había película por mala que fuera que no la viéramos de principio a fin. Entre los actores favoritos del cine mexicano Cantinflas encabezaba la lista, y entre los malos la India María. Recuerdo cómo me aburrí en la película Ni de aquí ni de allá, en la que ella se va de ilegal a los Estados Unidos, aprende a decir “coffee and donuts” y se pasa toda la película con café y donas como único alimento. La deportan y al volver a su tierra, extraña la miserable vida que tuvo en Texas. No se sentía “ni de aquí ni de allá”. Se me ha venido esta película a la mente porque así me siento yo después del paro nacional. Desconozco todo y a todos. Desconozco principalmente el odio y el racismo que brotaron de ambos lados, más negro y contaminante que el petróleo.

... ahora estamos intentando recoger los pedazos que nos dejó la rotura de un paro “no violento”, “con infiltrados”...

Juré no escribir sobre el paro, ¿pero cómo recoger los pedazos de sí mismo para rearmarse si no es escribiendo? La fractura que el odio y la violencia dejaron no la pega ni La Brujita, solo las palabras en algo ayudarán en este triste proceso.

En mi Latacunga de los años sesenta había muchas carretas jaladas por caballos, en ellas se transportaban las legumbres, frutas y cereales que venían del campo. También la leche, en esos enormes bidones que salían desde las haciendas. Muy temprano en la mañana la Soledad salía a la calle con el portaleche, un tarro idéntico en forma a los enormes bidones, pero pequeño, al que lavaban con mucho esmero. Ahí se compraba la leche que luego se herviría para sacar la nata. A mí me encantaba salir tempranito a la puerta de calle a comprar la leche. A los caballos les ponían anteojeras: “Piezas de vaqueta, opacas, que se colocan junto a los ojos de las caballerías para impedir su visión lateral”. Se evitaba así que se asustaran con el ruido de los pocos carros de la pequeña ciudad y corcovearan causando un desastre. Sesenta años más tarde, somos los ciudadanos de Ecuador quienes andamos por la vida como caballos carreteros, con anteojeras, mirando a un solo lado. Llenos de prejuicios, con un pensamiento estrecho, somos más sabios que los sabios y entendemos todo, todo lo que nos conviene. Miramos para un solo lado, pero como somos dueños de la verdad absoluta, sacamos la cabeza por donde la metimos. Una tozudez de torpe nos ha vuelto ciegos y ahora estamos intentando recoger los pedazos que nos dejó la rotura de un paro “no violento”, “con infiltrados”, que puso en evidencia la incapacidad de las partes para hacerse cargo de los daños. Ambas viendo para un solo lado y muchos sintiéndonos como la India María: ni de aquí ni de allá.

En medio de esta desesperanza, de este desobligo la vida sigue. Aparco el carro junto al mercado artesanal y ella se acerca a entregarme el ticket del parqueadero. Es negra, es gorda, es hermosa. Llega con una sonrisa de esas que parece lluvia que limpia hasta los malos pensamientos. Vio, mi linda, que se acabó el paro. Qué días tan feos, mi única tranquilidad era que ya pagué la pensión de mijo. Tanta pendejada para volver a lo mismo.

¡Ahí están sus asesores, señores Iza y Lasso, salgan a la calle sin anteojeras! (O)