Nos impulsan a redactar este artículo dos hechos en los que ha sido protagonista la multinacional científica Syngenta, otrora cuestionada y ahora convertida en un efectivo contribuyente para acometer el desafío de producir raudamente alimentos para una población que para el año 2050 registrará 10.000 millones de habitantes, que reclamarán a los líderes mundiales el incumplimiento de dos objetivos primordiales: terminar con el hambre y el abatimiento de la pobreza, adoptados por la ONU en el año 2015 para concreción hasta el 2030, difícilmente alcanzable, aunque el Ministerio de Agricultura ecuatoriano asevera que logrará esa ansiada meta. Nos referimos a la inusual apertura, libre, voluntaria, gratuita y total que la transnacional ha resuelto poner a disposición de investigadores universitarios, institutos, gremios y estudiosos particulares sus tecnologías innovadoras de mejoramiento genético de plantas, vía edición génica, no transgénica, constantes en su base informática de inconmensurable valor, que aceleran aumentos de productividad, control de plagas y enfermedades, en beneficio de las comunidades agrícolas.
El 16 de junio del año pasado, en este Diario, señalábamos esa facilidad ofrecida por Syngenta, pero se desconoce si las entidades nacionales, típicamente exhaustas de presupuesto, hayan aprovechado esa coyuntura; si no han acudido a ella, no es tarde para hacerlo y emprender inmediatamente acciones, el apremio de la futura y grave escasez de alimentos los obliga, en tanto, la reducción de la producción agropecuaria por el calentamiento global, que atenta contra la agricultura, poniendo en riesgo la seguridad nutritiva conducente al hambre y a la baja de ingresos campesinos que elevan los índices de pobreza rural y urbana, es real. Además, es evidente la disminución de las áreas bajo cultivo, en suelos cada vez más empobrecidos, insanos, sobreexplotados, sin medidas de compensación de fertilidad, dibujando un terrorífico escenario solo reversible con innovación y tecnología, como en este caso, desaprovechada.
La misma Syngenta ha lanzado en Argentina una llamativa campaña identificada con el sugestivo título “Las otras plagas: un lado del campo que no se cuenta”, que bien valdría replicarla en Ecuador. Demuestra con tres documentales cinematográficos: El bicho de la incertidumbre, dirigido a la papa, La inundación del maíz y La sequía de optimismo, dedicado al girasol, que grafican con enfoques ciertos y humanos las situaciones que agobian a los agricultores, asumibles a nuestra realidad en todos los sembríos con padecimientos similares, con desastrosos efectos de una mala comercialización aunque la cosecha sea excedentaria como en esta temporada arrocera, ejemplo de imprevisión e inmanejable mercadeo de la gramínea, aplicable también al maíz, y la incertidumbre que agobia a los plataneros y bananeros sin respuesta confiable frente a la amenaza de las enfermedades catastróficas, creando un peligroso estado de miedo y desesperanza entre los productores, elementos intangibles que mueven no a conmiseración, sí a comprensión de la colectividad urbana por atender las demandas del campo. (O)










