Creo que corría el año 2008 cuando Francisco Huerta dijo: “El Ecuador se está convirtiendo en una narcodemocracia”. A la postre, es hecho real e irrefutable. No olvidemos el aporte económico de las FARC a quien es hoy prófugo de la justicia, llegó a la presidencia y suprimió la participación de Estados Unidos en la Base Militar de Manta en el eficaz control del tráfico de drogas, ejecutó la destitución del Congreso Nacional, Tribunal Constitucional, etc., para hacer propicio el dictado de la Constitución de Montecristi 2008, sin alma ecuatoriana, redactada por afiebrados comunistoides españoles fieles al Foro de Sao Paulo.

Dicha Constitución y las reformas a leyes penales dedicadas a beneficiar a delincuentes destruyeron la institucionalidad de la República. Por ello el nuevo vaticinio de Huerta: “Organicemos..., nos estamos quedando sin República”, es una dolorosa realidad, en el entendido que república es “la forma de gobierno caracterizada por la división de poderes del Estado, en el marco de un régimen político electivo, representativo, alternativo y responsable”; definición clarísima de Rodrigo Borja Cevallos en su magistral obra Sociedad, cultura y derecho. De esta definición, las bases de una república se hayan en la división de los poderes, auténtica y eficaz. Pero absortos contemplamos hoy que eso es quimera, pues existe una mezcla miserable de intereses y sus participantes se destruyen unos a otros, no propician el equilibrio representativo y responsable de la división de poderes como corresponde a un Estado soberano. Los males que aquejan al país se fraguaron en un plan macerado en 14 años (2007–2021), con el cual se corrompió a la administración pública y de justicia para tutelar el narcotráfico y otros. Restaurar la república herida es misión de todos (pobres y ricos, negros, blancos, mestizos) sin participación de politicastros y golpistas indígenas. (O)

Luis Santillán Morante, abogado, Guayaquil