Hoy, la realidad mundial y nacional –desde la obscuridad de la pandemia– está marcada por la urgencia de vacunar a la población, proceso que, en el caso ecuatoriano, evidencia nuestras precarias fuerzas para resolver problemas sociales de manera apropiada. Mientras otros países, con situaciones sociales diferentes, muestran que su mejor nivel de organización social funciona también para planificar y ejecutar este tipo de procesos, nosotros nos presentamos como somos, con grandes limitaciones económicas y también de concepción, planificación y ejecución para implementar este urgente requerimiento del cual depende nuestro futuro inmediato.

La realidad cultural local se manifiesta, igualmente, en otros ámbitos de la cotidianidad nacional como en el del trabajo, tan escaso y volátil; en el de la educación en pandemia que ha sido abordada con las mismas características que las de la vacunación, esto es precariamente; en el electoral, marcado por un sinnúmero de acontecimientos negativos; en el de la seguridad ciudadana, cada vez menor porque la delincuencia campea y los habitantes nos sentimos indefensos, y en todos los otros escenarios en los cuales mostramos de lo que estamos hechos social y cívicamente. Desde la aceptación de esa realidad, sí podemos mejorar si fortalecemos características positivas que también son nuestras. Ese ha sido el histórico desafío de nuestra sociedad y lo sigue siendo, porque lo que hemos logrado no es suficiente, lo sabemos y nos duele.

Esa angustia que nos invade no se relaciona con perplejidades filosóficas existenciales. Es terrena y tiene que ver con carencias sociales básicas para la mayoría, porque algunos sí hemos resuelto esos requerimientos y podemos especular sobre lo espiritual y sus derivaciones, pero la gran mayoría de ecuatorianos no lo ha hecho por una serie de circunstancias sistémicas y personales. La tarea colectiva y sobre todo la de quienes vivimos en la comodidad que favorece la proyección propia es hacer lo necesario para incorporar a todos a una cultura de convivencia sostenible. Claro está que lo que afirmo no es nuevo y pese a ser un discurso manido, poco hemos hecho para concretarlo, definidos por una gran incapacidad para buscar coherencia con esos asertos. Por eso es que acusamos a los otros y creemos que trascendemos cuando insultamos y denigramos a quienes repudiamos en estos tiempos electorales… a los políticos candidatos.

Seguramente que mucho de lo que se les acusa es verdad. Probablemente también, en muchos casos, esas afirmaciones son fruto de la decadencia de quienes las expresan. Además, es cierto que tanto ellos como nosotros somos ecuatorianos y cuando actuamos lo hacemos desde una raíz cultural común a detractores y vilipendiados, y además lo realizamos desde un vigente sistema social y jurídico del cual somos parte como electores corresponsables. Debemos, como siempre se proclama, votar bien para que los mejores sean electos y cuando ejerzan el poder, lo hagan buscando aportar para construir un Ecuador con más educación, civismo, salud y equidad… vieja, esquiva e inalcanzable utopía ecuatoriana. (O)