Un importante sector de los católicos ha perdido de vista a su pastor. Emergen de un tiempo de angustia causada por la mortífera pandemia, para encontrar que el papa, su pastor, hace llamados que confunden y desorientan. Hace pocas semanas una encíclica sorprende a la grey católica con mensajes que indican derivas extrañas. Los sectores más obedientes tratan de explicar la carta papal con patéticos esfuerzos poco convincentes, “donde dijo digo, dijo Diego”. No, no, quienes hablamos español, entre ellos el propio pontífice, entendemos bien clarito el texto. No quedan allí las cosas extrañas. En China, tras el triunfo del maoísmo, un grupo de católicos se allanaba a los dictados del gobierno, aceptando a obispos nombrados arbitrariamente por el Partido Comunista. El resto ha sido hostilizado y reprimido, debiendo practicar clandestinamente su religión. Pero la Santa Sede ha renovado la semana pasada un acuerdo ¡secreto! suscrito en 2018 con el gobierno comunista chino, un enemigo natural del catolicismo. En ese instrumento el Vaticano reconoce a siete obispos impuestos por el PCC, a cambio de lo cual el gobierno acepta a dos obispos obedientes a Roma que ya no ejercen. La rendición total.

La “república popular” es una dictadura explícitamente atea, que ha perseguido a todas las religiones en su país. Se han documentado abusos contra las minorías religiosas, dentro de una agresiva campaña de imposición de supuestos valores chinos. Hay una notoria ofensiva contra los islámicos, la secta Falun Gong, los lamaístas tibetanos y otros credos reacios a someterse a los comunistas. Para todos estos perseguidos por causa de su fe, el papado no ha tenido la menor muestra de compasión. Como no ha dicho ni pío sobre la represión en Hong Kong ni sobre la irresponsable actitud china en la pandemia. Se escuda en la supuesta mayor libertad que el acuerdo con el gobierno de Xi Jinping ha traído para los católicos, pero los informes contradicen estas afirmaciones. En los comunistas, por la naturaleza intrínseca de su doctrina, no es posible confiar. Se conoce de apaleamientos y desapariciones de sacerdotes.

Los Estados Unidos y otros países han pedido a la Santa Sede explicaciones de esta situación, recibiendo como respuesta que son temas privados. ¿Sigue siendo la Iglesia de los secretos? Cabe pensar que el Vaticano está decidido a desalinearse de Occidente, tomando posiciones en un nuevo orden mundial presidido por China. De allí las súbitas posturas “progresistas”, alimentadas por el antiquísimo resentimiento latinoamericano contra Norteamérica. El cambio de política frente a Cuba de la administración Trump, que abandonó el acercamiento iniciado por Obama, habría enojado a Jorge Bergoglio, que fue impulsor del diálogo entre Washington y La Habana. Pekín, por su parte, utilizará a la Iglesia mientras le sirva, haciendo pequeñas concesiones simbólicas. Roma se arriesga al colocarse en esta actitud. Occidente es una creación de la Iglesia Católica, que hizo de esta cultura la casa a su medida. Los destinos de una y otra están indisolublemente unidos. La supervivencia o el derrumbe de la una sin la otra es impensable. (O)