La reciente encíclica del papa titulada en italiano Tutti fratelli no es un texto muy profundo, al usar esta categoría queremos decir que los conceptos incluidos no están muy meditados ni analizados, sino que se trata de meras enunciaciones, de peticiones de principio, frases hechas e incluso consignas extraídas de canciones populares. No se trata, pues, de un documento muy estructurado, pero más allá de lo formal, ha sido calificado con razón de peligroso. Hay una sistemática descalificación del capitalismo e incluso de Occidente como causantes de todos los males: trata de seres humanos, esclavitud, prostitución, narcotráfico, terrorismo y crimen organizado. Si se hubiese analizado, se habría visto que ninguno de estos males tiene una relación intrínseca con el capitalismo. Frente a eso no dice una palabra contra el socialismo, el islamismo ni la autocracia, limitándose a descalificar cierto “populismo”, del que dibuja una caricatura imposible calzar con un régimen real.
Lamenta insistentemente la pobreza y el hambre como productos de las economías de mercado, sin mencionar siquiera las imperantes en regímenes socialistas. No faltan conceptos que es imposible no compartir, como lo relacionado con los derechos de los migrantes, pero se señalan exclusivamente los problemas surgidos en los países de acogida, olvidando los abusos que en los países emisores generan la emigración. Y se insinúa que los valores de libertad y república no deben ser impuestos a “países poco desarrollados” a cuenta de su cultura y resulta que la idea de “progreso” de pueblos atrasados es más humanista que la de las sociedades modernas. En la misma vía, acusa a la globalización de tratar de establecer un modelo “monocromático”, sin volver la vista a dictaduras como China, Cuba o Irán que imponen la uniformidad no por mecanismos de mercado, sino a sangre y fuego.
Recurre a la patrística protomedieval para sostener una anticuada visión de la economía y la sociedad como suma cero, es decir que si alguien tiene, es porque se lo quitó a otro. Entonces viene a ser obligatorio “devolver” a los más pobres lo que has ganado. Pero esto no es ni siquiera un llamado a la beneficencia, sino que es una verdadera propuesta socialista: “Si alguien ayuda a otro con comida, el político le crea una fuente de trabajo, y ejercita un modo altísimo de la caridad”... solo olvidó que el político ejercita esa caridad con recursos ajenos. Para sustentar todo inventa una nueva categoría de “amor”, habla de un “amor imperado”, que consistiría en “actos de caridad que impulsan a crear instituciones más sanas, regulaciones más justas, estructuras más solidarias”. Es decir, la caridad impuesta por el Estado. Pero será peor de lo que imaginan, porque el Estado que propone el papa tiene que estar sometido a “una autoridad mundial”, con “instituciones internacionales más fuertes”. Es la vieja utopía del Estado socialista mundial, como sucedáneo del Reino de Dios en la Tierra. Esta concepción de “amor obligado” tiene poco mérito ético, junto con el marco general de la encíclica requiere un análisis riguroso, pero abierto y fraterno, de la comunidad católica. (O)