Hoy empieza la VI Feria Internacional del Libro en modo virtual, y el hecho genera alegría. Las reacciones de asiduos en el boca a oreja y en redes sociales así lo muestran. Digan lo que digan los signos sobre nuestra proverbial distancia con la lectura, existe un numeroso sector que ama los libros, que los frecuenta y que tiene a bien toda acción que se emprenda por ellos. Algunos nos afanamos en comunicar, persuadir y testimoniar que leyendo se consigue una ampliación de las dimensiones de la vida y una felicidad esencial que nutre la actividad espiritual y psíquica.

No puedo emplear la alusión bíblica de que los lectores, en el Ecuador, “somos legión”. Hay países que nos superan porcentualmente en largo trecho. Los japoneses han integrado el hábito de leer a sus costumbres ancestrales, basta conocer a un alemán para saber que tiene ejemplares en sus maletas de viaje; ya se ve menos, en España, al lector de tren o transporte público. El celular o móvil remplazó lo que concentraba la atención en los desplazamientos. Sobre realidades como estas, la industria librera se mantiene, los editores afilan sus olfatos en pos de piezas significativas, los autores crean contenidos, los lectores consumen los productos, enlazando eslabones para la feliz supervivencia del mayor invento cultural de la historia humana, el señor libro.

Parecería que en materia literaria todo se reduce a hablar, escribir y leer, y que considerando el escuchar –que al acercarnos a los actos humanos también se activa– se completa la vieja noción de las cuatro “habilidades lingüísticas” que los profesores poníamos en ejercicio desde los primeros niveles de enseñanza.

¿Están desarrolladas y afianzadas esas habilidades? ¿Tenemos conciencia de por dónde cojea nuestra batería comunicacional?

Pese a todos mis esfuerzos, me cuesta comprender cómo es la realidad mental de quien no practica la lectura, de quien prescinde de ese acto de inmersión en las páginas de un libro, cualquiera que fuese, tan convocante a cruzar la orilla de la realidad para explorar otras posibilidades de personas y de mundos. Cuán conformes deben estar con el territorio donde se desenvuelven que no necesitan que la imaginación les brinde otras oportunidades de existencia. Cuando se cierran los caminos de nuestras habituales explicaciones –llámense costumbres, fe tradicional, legado escolar– ya hay unas nuevas que nos ayudarán a entender y mirar la realidad de otra manera.

Por razones como estas, me entusiasma la vida de los libros y practico el intento de expansionarlos que aporta una feria. Son unos días, desde los previos hasta el largo eco que deja, pasando por los concentrados de su realización que esta vez serán solo cuatro, en que se acumularán los mensajes de chats –porque esa será la manera más inmediata de conversar con nuestros allegados sobre las impresiones que nos produce la conexión virtual– y nos volcaremos en quien está cerca. La pantalla será nuestra ventana al repartido entusiasmo de jueves a domingo de esta última semana de septiembre. En esta columna no menciono a ninguno de mis “ídolos” literarios en la dichosa idea de que todos, de que cada uno de los participantes se merece mi atención. La modalidad virtual nos pone a prueba, estimados amigos, y hago votos porque podamos sortearla. (O)