Para mediados de abril la Unesco reportó que las escuelas habían cerrado en 192 países, afectando a más del 90 % de la población estudiantil del mundo. Mientras muchos Gobiernos han empezado a descongelar sus economías, las escuelas no han sido una prioridad.

El Banco Mundial y la Unesco coinciden en que la interrupción en el aprendizaje tiene consecuencias como un incremento en la tasa de deserción escolar (muchos simplemente no volverán a clases después de esta interrupción), afecta a los cerca de 368 millones de niños alrededor del mundo que reciben algún tipo de alimentación a través de las escuelas, y se pierde un porcentaje no desdeñable del conocimiento previamente adquirido. Por ejemplo, en los cuatro años posteriores al terremoto en Paquistán, se cerraron las escuelas por un periodo de tres meses y aquellos niños que vivían más cerca de la falla sísmica perdieron el equivalente a 1,5 y 2 años de escolaridad frente a sus pares.

Lo más preocupante serían las consecuencias de largo plazo que la interrupción indefinida y prolongada de las escuelas tendría sobre los ingresos de toda una generación de niños. En un artículo del Banco Mundial, los investigadores señalan que asumiendo que cada año de escolaridad aumenta el ingreso futuro en un 10 por ciento y que en un país equis que cierra las escuelas y universidades por cuatro meses, la pérdida en ingresos futuros marginales sería de 2,5 por ciento al año durante la vida laboral del estudiante. Con esos supuestos, los investigadores estiman que una economía como EE. UU. perdería alrededor de $2,5 billones (trillions en inglés) o el equivalente al 12,7 % de su PIB anual.

Aquí ya vamos tres meses cerrados en la Costa, súmele a eso los dos meses de vacaciones y los niños de esta región ya llevan un total de cinco meses sin educación formal. Mucho se habla acerca de los planes de emergencia para mantener la educación por la vía no presencial: en línea, vía mensajes de texto SMS o en WhatsApp, programas de radio y/o televisión. Pero los estudios demuestran que incluso en aquellos países más ricos y mejor preparados para trasladarse a la modalidad en línea, no hay sustituto para la educación presencial, particularmente para los niños de ingresos más bajos y de menor edad. En América Latina y el Caribe, por ejemplo, solo el 30 por ciento de los niños de hogares de estatus económico-social bajo tienen acceso a una computadora, comparado con el 95 por ciento de los niños de hogares de nivel socioeconómico alto.

La interrupción escolar amenaza particularmente a las instituciones educativas privadas de bajo costo, un sector importante en muchos países en vías de desarrollo. Casi un 28 por ciento de los estudiantes de secundaria asisten a una institución privada en los países de ingreso bajo e ingreso medio. Por ejemplo, la cifra llega hasta 51 % en la India.

El pediatra infectólogo Sean O’Leary señaló recientemente que “reabrir las escuelas es tan importante para los niños, pero realmente lo es así para toda la comunidad. Tanto de nuestro mundo depende de que los niños estén la escuela y que los padres puedan trabajar. Tratar de trabajar desde casa con los niños en la casa está afectando de manera desproporcionada a las mujeres”. (O)