El amor propio, basado en la certeza del esfuerzo de hacer lo mejor para sí mismos, para los otros y para el entorno, es un elemento indispensable para el equilibrio de los individuos y también de las sociedades. Cuando se lo pierde y se lo reemplaza por la desfachatez, se instaura un estado de cosas que ironiza con la búsqueda de una vida de compromisos éticos y en su lugar exalta distintas formas del relajamiento, con resultados diferentes a los que producen el esfuerzo y la abnegación. Quizá como pueblo los ecuatorianos nos encontramos en ese nivel, porque nos cobija lo disoluto que se manifiesta en distintas expresiones culturales de la viveza criolla, como justificación sistemática de los errores con verdades a medias o francamente mentiras, desconfianza de todo y de todos, altanería y desvergüenza, irrespeto a las diversas normas de comportamiento y desprecio campante de las jurídicas. Todo este panorama también aceptaría la aproximación conceptual de que vivimos un estado generalizado de corrupción.

Por eso, nos importa poco o no nos importa en absoluto cómo los otros nos ven y juzgan. Desde la desfachatez y el refocilamiento en la decadencia ni siquiera nos hacemos cargo de la imagen que proyectamos como sociedad. Personalmente, me pareció impropio que las negociaciones entre la instancia nacional competente y un entrenador de fútbol europeo hayan tenido como un punto del diálogo la no presencia de él y su equipo en el país, fijando acá sus domicilios. Que ese ciudadano alemán o cualquier otro no quiera estar acá no es un problema. El punto está en que proyectamos lo que tenemos: desorden, violencia, inseguridad y pobreza; y, también en que, pese a que esa imagen ha sido forjada a pulso y sea cierta, los negociadores toleren una posición de menosprecio y la vean como normal. Hemos perdido el amor propio y medramos en el utilitarismo y en el irrespeto por nosotros mismos, porque la dignidad y el honor al ser virtudes no tienen espacio en la contemporaneidad local. Otro espacio de indignidad nacional es el de las naturalizaciones de futbolistas extranjeros para satisfacer mezquinos intereses financieros de clubes deportivos. Son igualmente penosas las cancelaciones de espectáculos artísticos extranjeros por las condiciones sociales del país. Simplemente no nos ven como destino y eso no es culpa del entorno internacional. Nosotros somos los responsables.

Pese a que como sociedad los ecuatorianos nunca hemos alcanzado altos niveles de virtud cívica, el concepto del respeto a referentes siempre tuvo vigencia entre nosotros, hasta esta época. Las antiguas formas de ver el mundo naufragan. Se ha hecho tanto para destruir que se lo ha logrado con creces, ya sea por la debilidad intrínseca de la tradición o porque pese a su también esencial valor, la contemporaneidad no la tolera, considerando como bueno a lo que no lo es, como bello al desparpajo del garabato o del ruido y como verdad a lo falso. El que nada sabe desafía al que conoce y como los que los juzgan desconocen, el criterio general avala la ignorancia y el desafuero. Las hordas se toman la civilización… ¡Así termina el 2019! (O)