Cuando hemos tenido este mix desafortunado, los resultados han sido nefastos para la economía. No así para la política. En la historia del Ecuador son pocos los que han velado por lo primero por no descuidar lo segundo.

Empecemos por la década de los setenta. Corría el año 1973 y un entusiasmado general Bombita, Guillermo Rodríguez Lara, estrenaba al Ecuador como flamante miembro de la OPEP con una producción de petróleo de 250.000 barriles diarios a través de su otra reciente joyita: CEPE (Corporación Estatal Petrolera Ecuatoriana), hoy Petroecuador.

Ese mismo año, la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo, con miembros del golfo Pérsico de la OPEP, decidió no exportar más petróleo a los países que habían apoyado a Israel durante la guerra de Yom Kipur (Israel contra Siria y Egipto). Entonces se estableció un embargo para los envíos petrolíferos hacia Estados Unidos y ciertos países de Europa. Así nació nuestro primer boom petrolero: baja oferta, alto precio internacional, misma demanda. La CEPE nadaba en petróleo y en las arcas estatales abundaba dinero.

Y por supuesto, el populismo no tardó en llegar. En 1974 Bombita implementó el subsidio a los combustibles, aprovechando el excedente provocado por la venta del crudo, con el propósito de reducir los costos del transporte. Dada la situación económica del país que tendía a crecer por la venta del petróleo, se extendió el subsidio al transporte público y privado.

Durante los 40 años desde el retorno a la democracia, el elefante en la habitación ha sido siempre el subsidio a los combustibles. Intocable, por ser impopular, pero de urgente eliminación porque beneficiaba a los que más tenían, a unos cuantos grupos privilegiados y a ciertos contrabandistas. Según un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo, solo los últimos diez años, el subsidio a los combustibles le costó al país $2.300 millones al año, aproximadamente el 7% del gasto público. Una llave abierta que malgastaba recursos y una medida regresiva desde su concepción.

Quizá lo peor llegó cuando tuvimos otro mix catastrófico: estatismo correísta y mucho dinero por cuenta del petróleo. En esos años, mantener el subsidio era parte del plan populista y los altos precios del petróleo permitieron una fiesta que aún pagamos. Años después, por muy impopular que sea, no había otra salida que la eliminación del subsidio del combustible, 45 años después de su creación. El que se niega a ver que el sacrificio era necesario, algo se trama.

Dejando de lado todos sus desaciertos y quizá lo extemporáneas de algunas medidas, cabe agradecer a algunos por hacer historia con medidas económicas valientes, aunque impopulares: A Sixto Durán Ballén, por el inicio de una ley de modernización. A Jamil Mahuad, por la dolarización. A Lucio Gutiérrez, por su intento de negociar un TLC para abrirnos al mundo. A Gustavo Noboa, por la ley de transformación económica. A Lenín Moreno, por eliminar el subsidio a los combustibles y toda su distorsión. Y finalmente, gracias a los politiqueros de siempre por recordarnos día a día que, ni en los peores momentos del país, ellos dejan de hacer lo que mejor saben hacer: politiquería. (O)