Usualmente se utilizaba el término mediocracia en alusión a la “democracia centrada en los medios”, haciendo referencia al papel de los medios de comunicación en las estructuras democráticas de una sociedad organizada; sin embargo en los últimos tiempos es común emplear dicho término para explicar el fenómeno que supone el hecho de que los mediocres tomen el poder, como lo advierte el filósofo y escritor canadiense Alain Deneault, quien en su último libro titulado Mediocracia alerta “de la revolución anestésica que ha llevado al poder a los mediocres, generando una sociedad injusta y sin pensamiento crítico”.

Si bien la obra de Deneault, un intelectual de izquierda, incorpora una mordaz crítica a los intereses capitalistas, el principio de su teoría es universal y señala que “ser mediocre es encarnar el promedio ciudadano”, sin ser un principio peyorativo pues añade Deneault que en la práctica todos encerramos algún tipo de mediocridad. El problema es cuando la mediocridad pasa a convertirse en el rasgo distintivo de un sistema social, lo que permite que muchos políticos lleguen a lo más alto “sin apenas rigor y exigencias en sus pensamientos y labores”. Más allá de la visión con la que el filósofo canadiense vincula el concepto de la mediocridad con la coincidencia de los intereses multinacionales, resultan oportunas las menciones generales respecto a la mediocridad aplicada a la política, descartando por supuesto cualquier percepción elitista que se pudiese generar al respecto. De esa manera, es posible poner en consideración la idea central de Deneault, en la práctica de la realidad política de nuestro país y la posible resignación del ciudadano común ante la llegada de los mediocres al poder.

Surge, sin embargo, un cuestionamiento elemental respecto de la medida con la que se puede calificar a un político de mediocre y la vara ideológica o de otro tipo que se debe utilizar para medir esa supuesta mediocridad. Así, por ejemplo, y tomando el caso del gobierno de Rafael Correa, ¿es posible aseverar que fue un gobierno mediocre integrado por políticos también mediocres, o constituye esa referencia una tergiversación de lo que realmente constituye la mediocridad? En ese sentido, ¿la corrupción que aparenta ser un símbolo de la revolución ciudadana, debe ser interpretada como un rasgo de mediocridad o es sinónimo de otras taras y omisiones?, y si fuese así, ¿la mediocridad solo puede ser entendida cuando hay falta de talento y sentido común en el ejercicio del poder o incorpora todo el reproche que se puede realizar a un gobernante cuando es notorio el fracaso de su gestión?

Lo que sí está claro es que por diversas causas los políticos mediocres suelen tener mucha suerte en la actualidad, lo cual naturalmente puede causar desasosiego, pues de los mediocres se esperan muchas cosas, pero no éxito y capacidad. Por supuesto, la vida política es tan compleja y diversa que por ahí algún mediocre suelto llega al poder y logra grandes ejecutorias, pero la regla en un caso así no constituye la excepción. El único consuelo es que los mediocres no nacen por generación espontánea. (O)