El rito del balance que debe realizarse al conmemorar un aniversario se vuelve especial cuando la fecha marca la mitad del camino. A partir del viernes 24, el gobierno dispondrá exactamente del mismo número de meses que han pasado desde aquel día en que, eufórico, pronunció su primer discurso presidencial mientras, deprimido, su antecesor se hospitalizaba y entraba en un momentáneo silencio. Euforia y depresión –sentimientos contradictorios que, en tono de pasillo, marcaron las sendas distintas por las que caminarían de ahí en adelante– servirían para explicar lo ocurrido y hacer el balance. Pero para entender lo que ha hecho y lo que podrá hacer el actual gobierno es más adecuado recordar de dónde viene. Aunque a veces se les olvida al presidente y a sus ministros, su origen es el proyecto milenario de las manos limpias, las mentes lúcidas y los corazones ardientes. Ese es el espejo frente al cual hay que hacer el cálculo del debe, del haber y de la deuda pendiente.

Previamente, cabe señalar que solo por la candidez revolucionaria se puede explicar que aceptaran que un publicista avivado les endosara un eslogan como ese de las manos, las mentes y los corazones. Acuñado por Félix Dzerzhinski, el director de la Checa (el equivalente soviético de la Senain criolla, con casa de torturas en la Lubianka), sirvió cínicamente para calificar a los integrantes de esa siniestra organización, todos con antecedentes delictivos y reclutados en lo más bajo del lumpen. Aún debe reír a carcajadas el que les embaucó a los de acá con el calificativo (aunque, al constatar que hay decenas de ellos que cambiaron el currículum por el prontuario, debe pensar que acertó).

Ese solo hecho –histórico, indesmentible y vergonzoso– sería suficiente para inclinar la balanza hacia el lado del debe. Pero vale la pena revisar lo sucedido con cada uno de los adjetivos. La autoatribuida lucidez de las mentes fue la primera en caer. La economía que entró en picada cuando bajaron los precios del petróleo solamente podía indicar que nunca hubo una cabeza con otro proyecto que no fuera el despilfarro del auge. La Constitución, hecha para durar trescientos años, solo puede ser el producto de mentes que jamás entendieron el significado de palabras como democracia, república y mucho menos Estado de derecho. El juego de niños de Montecristi consistió en hacer un largo listado –como guía telefónica– de deberes estatales incumplidos a los que llamaros derechos.

La suciedad de las manos limpias llegó un poco más tarde. Para algo servía el ejército de jueces, fiscales, contralores y consejeros ciudadanos, que ejercían de eficientes guardianes de unos bolsillos tan profundos como de pantalón de payaso. Desde que comenzó a destaparse no ha parado y, por lo que se ve, seguirá de largo. Finalmente les llegó el turno a los corazones ardientes. Se acabó el relato épico a pesar de que hay quienes ofrendarían su vida por el proyecto perdido y su líder. El balance está en cero, vale decir, en el punto de partida.(O)