Artista en el más alto sentido, trascendía el marco de la pintura en la que se reveló como uno de los mayores genios. De un tiempo a esta parte se cuestiona la obra pictórica de Leonardo da Vinci desde distintos puntos de vista, especialmente por su escasez. Los cuadros que con seguridad se le pueden atribuir no llegan a treinta y es casi seguro que en toda su vida no pintó ni un centenar. Pero hay que tener, como lo tenía, el don de los dioses para, con un acervo tan parco, posicionarse como el artista más famoso de todos los tiempos. Y cargan de nuevo contra él: pero dejó tantos inacabados, por limitaciones técnicas o poco oficio. Este hijo ilegítimo de notario y campesina inaugura un tipo de artista total que se dará muy pocas veces y solo en Occidente. La única obra de arte que le interesó fue su vida. La pintura era solo una faceta que contribuiría a realizar la estructura de una existencia total, en la que ningún cuadro era esencial.

Estudia plantas, animales, el agua, rocas, el cuerpo humano, no como ayuda para la pintura, sino por un apetito irrefrenable por conocer. Por eso incursiona en las más diversas disciplinas. Los Códices son el mejor autorretrato de su alma. Desordenados, diversos, tan pronto profundizan en una materia la abandonan. Gozaba con los placeres más intensos y refinados: aprender y crear. Por eso también fue músico, lutier, instrumentista, inventor de instrumentos y compositor. Pero el Leonardo músico tuvo peor suerte que el pintor, pues todas sus composiciones se perdieron y solo quedan planos parciales de los instrumentos que diseñó. En cambio, se conservan algunas de sus creaciones poéticas... y estoy cayendo en lo que quería evitar, las trilladas enumeraciones de sus talentos y habilidades, porque todo lo que hizo en cientos de campos estaba en función del arte supremo: vivir.

Pero resulta inevitable hablar de ciertas facetas poco comentadas. La una es la de gastrónomo. Era imposible que su ansia no se adentrase también en el mundo de los sabores. Esta y otras destrezas lo convertían en un excepcional creador de eventos, ocupación que la ejerció sobre todo cuando estuvo en la corte de Ludovico Sforza, gran duque de Milán. Este le encargó la organización de la boda de su hija, banquete incluido, el cual fue mal recibido, pues era una especie de nouvelle cuisine de la época. Todo este arte superintegrador de la fiesta preludia al happening. En tal huracán resulta paradójico el secreto o la ausencia de una vida sexual. Su inclinación homosexual no ha podido refutarse y parece que una experiencia de esta naturaleza, que lo llevó a la cárcel, tuvo como resultado la extrema continencia o la absoluta discreción. La intolerancia pudo más que su legendaria belleza. Leonardo el inconstante, el curioso, el observador de las aves, el anatomista perseguido, amigo de Borgia y Maquiavelo... sigue siendo el arquetipo de sabio en el que nos miramos todas las mañanas y que seguimos no queriendo y hasta queriendo desde hace quinientos años. (O)