En una jugada evidentemente política, Lenín Moreno (me niego a llamarlo presidente) convocó a Carondelet a los 221 alcaldes electos en los comicios del 24 de marzo pasado. Maniobra que buscaba tener un efecto de impacto político en la opinión pública, nada más, pues solo basta cumplir con lo establecido en la letra de la ley para que se garantice un “trabajo coordinado” entre el Ejecutivo y las autoridades seccionales.

Pero a esa cita gastropolítica y turisticinematográfica –como lo evidencian las selfies de los alcaldes, muchos de ellos por primera vez en la sede del poder– faltó la más estratégica de las autoridades y cuya ausencia debería ser analizada bajo inmediatos cálculos políticos, de parte y parte.

El 24 de marzo pasado se seleccionaron a lo largo y ancho del territorio nacional 23 prefectos con sus vices, 221 alcaldes, 867 concejales urbanos, 438 concejales rurales, 4.089 vocales principales de las juntas parroquiales y 7 consejeros del CPCCS. Los resultados son, incluso hasta hoy, verdaderas sorpresas. Así que capitalizar la simpatía con las nuevas autoridades fue un tema urgente: se tendieron alfombras rojas, se prepararon manjares criollos y se lanzaron discursos… bueno, el mismo discurso de siempre pero matizado con un poco de demagogia como aquella de “…estamos esperando que ustedes, alcaldes, nos den los terrenitos para construir las casas…”. Sin embargo, algo no estaba bien. Una ausencia pesaba tanto como el peso relativo de quienes sí asistieron: faltaba Cynthia Viteri, alcaldesa de Guayaquil.

Es innegable que la concurrencia de Viteri sería el certificado de validación de la candidata con mayor votación para una alcaldía, de todo el proceso; heredera de Nebot, además. Un espaldarazo que reposicionaría un poco la ya bastante menguada imagen de un funcionario acorralado y sin iniciativas claras ni estratégicas para desmarcarse de la corrupción de la que fue testigo y que le salpica ¡desde que fue vicepresidente!

Esta postura de la alcaldesa de Guayaquil se convirtió en desplante cuando la excusa se la lanzó en Twitter en los siguientes términos: “Dejo saber al Presidente Lenin mi predisposición en mantener una reunión en su próxima visita a Guayaquil y así conversar sobre los nuevos proyectos para nuestra ciudad”. Y por si no estaba claro el mensaje, se apostilló otro más: “Es hora de deponer intereses políticos para dedicarse a servir y cumplir la voluntad y los anhelos de nuestros mandantes”. En resumen, no nos llame, nosotros lo llamaremos.

Desmarcarse de actos políticos como el convocado le ofrece ventajas futuras a los intereses socialcristianos. Con una campaña para llevar a Jaime Nebot a la presidencia, marcar distancia con un régimen perdido en el laberinto de sus desaciertos es muy conveniente. Así, al Gobierno, digo a Moreno, no le queda más que ir tomando un tiquete para cuando vaya a Guayaquil y pueda hablar con el verdadero poder.

La ausencia de Viteri y su posterior respuesta debe ser leída en su real magnitud. Moreno pierde a sus adeptos, pese a todo lo funcional que fue con los intereses de aquellos otrora aliados, y los aliados en su carrera a Carondelet están dispuestos a estos abandonos.

Así, Lenín Moreno Garcés queda reducido, políticamente hablando, a una incómoda “malajunta”.

(O)