En los medios internacionales se comenta mucho el libro Suicidas: por qué nos matamos, del psicólogo Jesse Bering, que analiza algunos de los planteamientos de los muchos que se han hecho sobre el tema. Cuando yo estudiaba sociología era mandatorio leer El suicido de Emile Durkheim, primer libro en el que un problema social es abordado científicamente. Con todas las limitaciones conceptuales y técnicas de su tiempo permanece como un modelo de investigación sociológica. Durkheim argumenta con solvencia que ciertas circunstancias sociales tienden a aumentar las tasas de suicidio. El más importante análisis lo dedica al que llama “suicidio anómico”, impulsado por el debilitamiento de los vínculos grupales, lo que favorece el individualismo. Sin pensar que eso lo explica todo, parece un factor válido. Ese sentirse librado a su propia suerte, característico de las sociedades modernas, sin duda no favorece el apego a la vida.
Bering analiza también la hipótesis del neurocientífico Denys deCatanzaro, según la cual un mecanismo evolutivo explicaría muchos suicidios. El miembro de un grupo que se siente menos productivo tendería a autoeliminarse para dejar espacio a personas “de provecho”. Esto explicaría las letales consecuencias del desempleo, especialmente cuando en épocas de crisis se vuelve masivo. Casos que hemos visto nos demuestran el grave riesgo que corren los hombres que se sienten subvalorados por no poder generar ingresos estables. Las tesis de deCantazaro y de Durkheim asignan valor gravitante a la tendencia social del ser humano, en el marco de la cual tienen sentido. Pero es inevitable en el estado actual de las ciencia que se recurra a la neuropsiquiatría para explicar el fenómeno. El neuropsiquiatra Martin Brüne ha encontrado que entre los suicidas se da un “dramático incremento” de la densidad de neuronas del tipo VEN (von Economo Neuron). Estas células en forma de uso, que sólo se encuentran en los humanos y mamíferos más evolucionados, se relacionarían con las funciones intelectuales superiores. Por lo mismo tendrían “un papel especial en el procesamiento de las emociones y la autoevaluación, incluida la autoevaluación negativa”, lo que podría explicar su correlación con la conducta suicida. El estudio se ha centrado en suicidas que padecían algún tipo de trastorno emocional, como depresión o bipolaridad, sin embargo parece entusiasmar a Bering como una explicación más general. Este es buen momento para recordar que los seres humanos son los únicos animales que se matan a sí mismos.
En este contexto quisiera saber si hay una explicación científica del fenómeno frecuente de los escritores suicidas. ¿Tienen más neuronas VEN? Es muy posible, pero también son esencialmente anómicos y enfrentan una fortísima presión social porque no se los considera gente productiva. En el Ecuador tenemos los casos de Dolores Veintimilla, los “decapitados”, César Dávila Andrade y algunos otros. La problemática de los escritores japoneses es distinta y se analizará en otro texto. Esta vista de pájaro sobre el tema hace pensar que los factores sociológicos, genéticos y neuropsiquiátricos, a los que hay que añadir la libre opción de los individuos, confluyen siempre para entender las realidades humanas. (O)