Donald Trump sintió muy cerca el estallido de dos bombas directamente dirigidas hacia su incapacidad, que en él es lo único más llamativo que su peluquín. Un artículo anónimo difundido por The New York Times (NYT), escrito supuestamente por un insider de la presidencia, y un libro firmado por el periodista Bob Woodward, volvieron a poner sobre la mesa las limitaciones del personaje. Con el pasar del tiempo y por la inercia de la costumbre, para los medios y para gran parte de la población mundial casi se había vuelto algo natural su comportamiento errático, derivado de una amplia y profunda ignorancia. Las dos piezas periodísticas vinieron a romper esa normalidad anormal. Revivieron crudamente los peligros a los que se enfrenta diariamente el mundo por su presencia en la Casa Blanca. Lo hicieron, además, desde el flanco que él más odia, el de los medios de comunicación y en pleno ejercicio de la libertad de expresión.

Como corresponde a este tipo de personajes, sus primeras reacciones fueron precisamente en contra de los medios. A Woodward lo trató de mentiroso, como lo hizo Nixon casi medio siglo atrás, cuando junto a Carl Bernstein destaparon el escándalo de Watergate. Al autor anónimo –un ghost writer, en el mejor sentido– primero lo llenó de improperios y después puso en duda su existencia. Sus más estrechos colaboradores se apresuraron a deslindarse, a negar tres veces que alguno de ellos fuera el autor del artículo. Conocedores del estado de ánimo que predomina en el Salón Oval, saben que prácticamente no hay motivos para sospechar que el artículo no hubiera salido de ahí. Ninguno ha negado el caos que existe en la cabeza presidencial y que, corriendo por los pasillos, se transmite a todos los despachos del Ala Oeste, como lo grafican el artículo y los avances que se conocen del libro.

La publicación de NYT seguramente va a desembocar en un debate sobre los límites de la libertad de expresión y, dentro de esta, la potestad de un diario para publicar un artículo protegido por el anonimato. Hacia allá se dirigirá la estrategia del entorno presidencial, eso sí, siempre que logren poner sobre la mesa el papel adecuado entre los muchos que, según el testimonio, firma sin mirar (como corresponde al mal endémico de los presidentes, que está asociado a la amnesia). No es un tema menor, ya que se pondrá en cuestión la protección de la fuente, que es un principio básico para el ejercicio del periodismo. NYT deberá resistir a una fuerte máquina demoledora. De cualquier manera, es una suerte para los norteamericanos que Trump no cuente con una ley como la que aún rige aquí.

Si incidirán o no estos hechos en las elecciones de noviembre es algo que no se puede anticipar. La experiencia reciente demuestra que estos temas no definen el voto de la mayoría de electores norteamericanos. La única novedad sería que se expresara abiertamente la fractura del Partido Republicano, que seguramente tiene mucho que ver con la filtración de la información interna.(O)