El filosófo coreano Byung-Chul señala en su libro Shanzai, el arte de la falsificación y la deconstrucción en China, que el pensamiento chino sobre el arte “no se caracteriza por concebir la creación a partir de un principio absoluto, sino por el proceso continuo sin comienzo ni final, sin nacimiento ni muerte”. Su reflexión apunta a una concepción progresiva que trabaja con una idea de inclusión e inmanencia, según la cual no existe una esencia o verdad absoluta, en el sentido occidental convencional, sino que la obra y el artista están siempre en un proceso de metamorfosis. Recordaba Byung-Chul Han al gran pintor Zhang Daqian, que además de su propio trabajo artístico era un gran coleccionista que imitaba e intervenía sobre obras de maestros antiguos realizando versiones que eran tan logradas como los originales y que, en esa estética china, pasaban también a ser originales. Es un pensamiento liberador y creativo y que en Occidente ha tenido artistas y teóricos que apuntan a esa concepción donde la idea de originalidad y su consecuencia jurídica, la propiedad intelectual, se replantea de manera problemática para una racionalidad estrecha y encasillada.

Comento esto porque me parece una coincidencia feliz y significativa que hoy se realice un homenaje al poeta Efraín Jara Idrovo (1926-2018) en la Casa de la Cultura de Cuenca con dos actividades: la exposición “Ninfas, meninas y la mirada del pintor” de Miguel Betancourt y un concierto de jazz con Walt Szymanski, Alki Sterioupolus y Su Terry. Pintura y músicas procesuales saltan a la vista. Quizá es menos necesario explicarlo con el jazz, que no con esta obra reciente de Betancourt que estuvo expuesta semanas atrás en la Alianza Francesa en Quito y que ahora se podrá disfrutar en Cuenca. Más de cuarenta acuarelas y óleos en los que Betancourt realiza una desbordante serie de versiones alrededor de la figura de las meninas de Velázquez. Escribí el prólogo al catálogo de esta exposición y advertí que era realmente sorprendente el estallido creativo de Betancourt reinterpretando la tradición de las meninas. Digo “tradición”, cuando debería decir trasgresión, si no fuera porque un verdadero y dinámico conocimiento de la tradición es siempre fructífero y termina por romper los límites estáticos del arte. Betancourt, además de dialogar con Vélazquez y Picasso –recuerden sus variantes meninas expuestas en el Museo Picasso de Barcelona– va más allá y reordena y hace visible, no solo el cuadro oculto dentro del cuadro de Velázquez, sino sus espacios sesgados y estáticos. Todo lo mueve Betancourt, todo lo desplaza. Y puesto que estamos hablando de esta movilidad inquieta del arte, debo añadir algo que no pude percibir en los cuadros en la galería del pintor sino que percibí recién en la exposición en la Alianza Francesa. Además de mover la escenografía de Velázquez, Betancourt desplaza en edad a la infanta Margarita. La vemos desdoblarse, vibrar y crecer en los distintos óleos y acuarelas. Este vibrato se origina en un tremor nervioso pero ya no auditivo sino óptico. Y como lo procesual es escurridizo siempre –lo que irrita a los esencialistas explícitos y también a los fundamentalistas solapados– tampoco llegué a ver un último cuadro de Betancourt, Flor de un día, que pintó mientras yo terminaba de escribir mi prólogo. Es una acuarela de un primer plano del rostro de la infanta Margarita pero adulta, perfilado con corpúsculos de color y virutas de luz que en un primer golpe de vista no se reconoce, hasta que el rostro se configura, revelador.

Homenaje de jazz y de pintura, de arte en proceso para Efraín Jara Idrovo. ¿Tiene esto que ver con su obra? Antes de responder quisiera imaginar al gran poeta observando los cuadros de Betancourt y escuchando a los músicos de jazz que tocarán en su honor. Sin duda lo habría disfrutado. Él mismo era un escritor de la metamorfosis: así convendría recorrer su obra, donde cada poemario cumple una transformación. En su revelador prólogo de El mundo de las evidencias (1980) hablaba sobre su experiencia en las islas: “Galápagos significó la fase inicial de una larga y esforzada metamorfosis”. Lo fascina la fluctuación del mar y la rigidez de las piedras volcánicas: “Cambio sin diversidad del flujo del mar e identidad compacta de la roca”.

Me parece una coincidencia feliz y significativa que hoy se realice un homenaje al poeta Efraín Jara Idrovo (1926-2018) en la Casa de la Cultura de Cuenca con dos actividades: la exposición “Ninfas, meninas y la mirada del pintor” de Miguel Betancourt y un concierto de jazz con Walt Szymanski, Alki Sterioupolus y Su Terry.

Donde se puede percibir todo el sentido del concepto de versión se lo encuentra en su gran poemario de 1978, el Sollozo por Pedro Jara, ese poema fundamental de la literatura ecuatoriana donde se dan tres versiones del mismo motivo poético alrededor de la muerte de su hijo. Transcribo solo unas variantes del segundo canto: “¡hijo mío!/ mordido implacablemente por los nitratos de los días”. “¡hijo mío!/ azotado salvajemente por la desesperación de las olas”, “¡hijo mío! / desgarrado despiadadamente por las uñas de la sombra”.

¿Cuál es la versión definitiva? ¿Cuál es el original? Todos y ninguno. En la conciencia del artista la experiencia fundadora es irrecuperable y escurridiza. Su arte es el intento imposible que recurre a las formas para retener, y no representar ni retratar, lo que se ha perdido o lo que pudo llegar a ser. No hay pretensión esencialista. Comprender esto es un proceso largo que Jara Idrovo exploró a conciencia de la mano de sus grandes maestros: T. S. Eliot y Paul Valéry. Quizá esta actitud antiesencialista, probablemente más leve, más inclusiva e inmanente como advierte Byung-Chul Han, permita un acercamiento más libre y estimulante a las obras de arte y una disposición vital menos dramática hacia los inicios y finales. La muerte del poeta ahora homenajeado es, también, una continuación de su vida entre los lectores. O como lo dijo el mismo Efraín Jara Idrovo en su poema Perpetuum mobile: “…la vida avanza / y asume bajo tierra / despliegues imprevistos y extrañas melodías. / Como un viento difícil o fatiga de párpado que se resiste al sueño, reinicias el murmullo”. (O)