La autorizada revista italiana La Civiltà Cattolica, relacionada con La Compañía de Jesús, dedica la semana pasada un contundente artículo a la llamada “teología de la prosperidad”. Aunque el nombre es nuevo, en realidad, es una tendencia que aparece bajo distintas formas en toda la historia del protestantismo. En esencia consiste en la creencia de que la santidad y la bienaventuranza generan un premio temporal. Es decir, quien cumple la voluntad de Dios o está predestinado para el cielo, disfrutará como recompensa en este mundo de riqueza, salud y felicidad. Max Weber documenta esta corriente y constata que, ¡cosa tan curiosa!, los países en los que versiones puritanas del protestantismo fueron dominantes o importantes, son ahora los más ricos. Dos factores alimentan este fenómeno: uno, la creencia en que la bendición de Dios conlleva bienestar material, ser pobre podría ser señal de pecado y condenación; y dos, los hábitos éticos del puritanismo, como frugalidad, laboriosidad y honradez traen casi necesariamente prosperidad.

En el siglo XX esta tendencia cobra nueva expresión en grupos derivados del cristianismo evangélico, con matices pentecostalistas y carismáticos. Su impacto ha sido amplio en América Latina, especialmente en los sectores populares. Como todo movimiento masivo, la presencia de líderes “inspirados” ha devenido en abusos, la prosperidad ha de producir buenas recaudaciones de diezmos en provecho de los guías. Casos así se han dado, pero no es justo calificar a una marea diversa por pocas desviaciones. También es verdad que se puede estar vendiendo una versión simplista y perversa de que la oración y la observancia litúrgica son una vía rápida hacia la abundancia. E inclusive se recurre a un milagrerismo automático e ingenuo. Pero todo esto tampoco puede generalizarse.

El artículo de La Civiltà opone la tesis del pecado y su consecuencia inevitable, el mal en el mundo, como piedra angular de la teología católica, enfrentada a la visión optimista de los prosperistas, que consideran que es posible la felicidad temporal si se practican los valores cristianos. El texto se pone así de lado de una versión fatalista y autocompasiva del catolicismo, que no es oficial y mucho menos evangélica, pero sí predominante. También la publicación identifica a la propuesta de la teología de la prosperidad con el “sueño americano” ¡y con el neoliberalismo! Se demuestra así un cuestionable sesgo antiamericano y anticapitalista, propio de esa tendencia de sectores de la jerarquía y de los fieles católicos a alinearse del lado equivocado. También se critica, como si de un pecado se tratase, la eficacia comunicacional de los nuevos cultos. Prosperidad no es solo automóviles y centros comerciales, es necesaria e irrenunciablemente salud, educación, cultura y mucho más, por tanto es una aspiración incuestionablemente legítima de los pueblos. ¿Por qué no puede serlo de los individuos? La respuesta es obvia, a menos que se crea, como parecen creerlo importantes cabezas del establecimiento eclesiástico, que la única prosperidad aceptable es el enriquecimiento de los gobiernos. Esta postura los llevó a la connivencia con crueles dictaduras, con desastrosas consecuencias, como aún lo estamos viendo. (O)