Los gobiernos totalitarios, los periodos de prohibición y las guerras nos han sabido enseñar la gran importancia que tienen los medios de comunicación para las sociedades. Estos tienen gran poder sobre sus naciones, como una espada de Damocles, las pueden salvar o condenar.
En tiempos de inestabilidad política o de enfrentamientos sociales, la opinión pública cobra gran relevancia y los medios se convierten en su guía. Esto ha provocado que tanto la sociedad civil como la prensa hayan logrado, en múltiples ocasiones, exponer democracias a punto de resquebrajarse y volcar la mirada internacional a hechos que podrían no haber sido desenmascarados por los propios gobiernos.
Observamos, por otra parte, cómo muchos medios de comunicación no comprenden la esencia del código deontológico del periodista, dejándolo en desuso pese a que debería instar a dichos profesionales a respetar la verdad y perseguir la objetividad, aunque sea inaccesible. La parcialidad de estos ante ciertos acontecimientos, la falta de rigor periodístico y la desinformación, son condiciones que pondrían en riesgo a nuestras sociedades, inclusive avivando los conflictos en lugar de reportarlos.
El problema esencial no es que exista una orientación ideológica, ya que sería utópico afirmar que un medio de comunicación no cuenta con una posición específica, lo que sí no es aceptable es que omitan relatar los asesinatos en Nicaragua en la misma dimensión en que lo hacen con las confrontaciones sucedidas en Gaza, tal como lo ha manifestado Andrés Oppenheimer. Esto me lleva a recordar las palabras de Ryszard Kapusścińnski, periodista polaco, autor de Los cínicos no sirven para este oficio, en el que asegura que “el verdadero periodismo es intencional, a saber: aquel que se fija un objetivo y que intenta provocar algún tipo de cambio…”. Pero la intención no debe doblegar la veracidad ni neutralizar el pluralismo político, de hecho, debe ser el complemento necesario para que el oficio se realice con rigor.
Es así como la verdad debería ser la piedra angular del periodismo. Por una parte tenemos el ejemplo de Émile Zola, prestigioso novelista autor del artículo J’accuse, en el que rechazó la actitud propagandística del gobierno y de los medios de comunicación ante la injusta condena al militar Alfred Dreyfus por supuesta traición. Gracias a ello, la sociedad impulsó al gobierno a abrir nuevas investigaciones cuyo resultado fue una sentencia absolutoria. El precio que tuvo que pagar Zola por reportar la verdad fue su destierro a Inglaterra. La otra cara de la moneda se puede ejemplificar con el caso del periodista de The New York Times, Walter Duranty, que fue corresponsal enviado a la Unión Soviética y que por gozar de una serie de prebendas y lujos, no quiso reportar y negó la tremenda hambruna que sufría el pueblo soviético. Estos falaces reportajes le valieron un premio Pulitzer que hasta el día de hoy sigue siendo criticado.
¿Podríamos concebir un mundo sin medios de comunicación? Sí sería posible, pero sería un mundo oscuro y por esta razón debemos luchar por una prensa libre, responsable y, sobre todo, que tenga como máxima norma no mentir.(O)









