El asunto del inspector del colegio Mejía de Quito, sancionado por castigar físicamente a los estudiantes, pero defendido por los padres de familia de los golpeados y por los mismos adolescentes, trasciende el escándalo. El tema nos interroga por aquello que hace autoridad en el mundo actual y en la sociedad contemporánea, como se pregunta la psicoanalista francesa Martine Lerude. La interrogación se dirige a los fundamentos de nuestra sociedad ecuatoriana y occidental presentes, donde la adolescencia es un fenómeno moderno y emergente desde comienzos del siglo XX, quizás paralelo a la decadencia de la función paterna en el mundo actual. La simultaneidad y probable relación entre adolescencia e inconsistencia paterna alcanza un clímax en el siglo XXI, donde el padre, despojado de autoridad y poder, condesciende a la posición de amigo y compinche del hijo adolescente.

La adolescencia no es meramente un fenómeno biológico. Es el proceso de transición entre la infancia y la adultez que se desarrolla sobre un organismo en transformación, en medio de una sociedad y una cultura tomadas por la revolución industrial, la globalización y el consumo. Una cultura hipermoderna que abolió los ritos ancestrales de la pubertad y el ingreso a la adultez, sustituyéndolos por la construcción de la adolescencia. Un proceso de transición donde los jóvenes pasan por la definición de una posición sexuada y por el cuestionamiento de la autoridad paterna, que frecuentemente termina descalificada en la medida que no se sostiene. Allí es donde los padres actuales se sienten impotentes y despojados de autoridad y poder, porque su palabra ya no hace autoridad y porque el garrote parental significaría brutalidad, denuncia, evaluación psicológica e intervención de la Dinapen.

Pero el garrote de la institución educativa todavía tiene prestigio y es la alternativa a la que aún acuden ciertos sectores de nuestra sociedad. Porque si ahora existe un Inspector X del Mejía que proporciona palazos con la autorización de los padres de familia o en representación de su autoridad depuesta, cuando yo era adolescente y estudiaba en La Salle, vecino del Mejía, en los colegios quiteños también había un Pupo Fierro, Cacha Flor, Fuerte Reyes, Doctor Freire, y tantos otros, que nos propinaban “patadas pedagógicas” en lugar de palabras, para corregirnos. Hace cincuenta años, a ningún adolescente quiteño se le hubiera ocurrido sentirse ‘traumatizado’ y denunciar el caso a sus padres o al Ministerio de Educación.

No defiendo el garrote ni sostengo la tontería de que gracias a él “los jóvenes de antes éramos más sanos”. Prefiero la palabra y creo que los adolescentes actuales nos superan en casi todo (menos en mojigatería) a los de hace medio siglo. Simplemente planteo que el difundido video del inspector del Mejía apaleando a unos chicos que no se ven demasiado “traumatizados” por la experiencia, constituye un flash back de un problema antiguo y estructural de la sociedad ecuatoriana, que merece un análisis más profundo y un serio debate nacional, más allá del escandalillo y la beata monserga ministerial. ¿Qué hace autoridad en uno de los países más corruptos del continente, donde nadie confía en el sistema de justicia y donde tenemos un expresidente fuera del país y con alerta roja internacional de la Interpol? (O)