Estamos ante una reconformación radical del mapa del poder mundial. Hacia 2050, la mitad de la economía de la Tierra estará en manos de China e India. El crecimiento y expansión de China son de sobra conocidos, es más, comenzamos a sufrirlos en países con gobernantes entreguistas como Ecuador. Menos atención acaparan el desarrollo y fortalecimiento de la India, a pesar de ser más consistente y ahora más rápido. Ya es la quinta economía del mundo. China está esencialmente empeñada en ser una superpotencia industrial, basada en tecnología en buena parte obtenida, legal o ilegalmente, en los países occidentales. India, en cambio, ha puesto fuerte énfasis en un desarrollo posindustrial más autogenerado. Y aun cuando enfrenta problemas gigantescos, especialmente la disparidad de ingresos entre regiones, se trata de un Estado en el esfuerzo de ser republicano, mientras que China Popular es una cerrada oligarquía. No seríamos coherentes con lo que siempre decimos si no considerásemos que una sociedad abierta tiene de por sí una ventaja.

La cordillera más alta del mundo, el Himalaya, separa a estos dos colosos. Son vecinos mal llevados y esto es grave, tratándose de estados con capacidad atómica. En 1962 fueron a la guerra y no ayuda al buen entendimiento el hecho de que en India resida el dálai lama, cabeza de la clase sacerdotal del Tíbet, país invadido por China Popular. La frontera común es escenario frecuente de desavenencias. China dedica un gran presupuesto al armamentismo, mientras que India, a pesar de su disponibilidad nuclear y de poseer la tercera fuerza armada en cuanto al número de efectivos, se considera una potencia militar menor, pues prefiere utilizar recursos en desarrollo social y económico. Actualmente están enfrentados por disputas limítrofes en la zona en que confluyen con la pequeña Bután. Es improbable una guerra, los entendidos piensan que las bravatas chinas que suelen iniciar estos encontrones buscan hacer efecto más bien dentro del país, acrecentando la autoconfianza del ejército popular y su compromiso con el régimen. Y dondequiera que Pekín haga alarde de fuerza, lo hace para amedrentar a todos sus catorce vecinos directos y a otros países cercanos como Japón, Filipinas y Taiwán, con los que mantiene diferencias. Es preciso anotar que la corrupción en India es un mal que conspira no solo contra el fortalecimiento militar, sino contra el propio desarrollo económico.

La política exterior de todo país tendrá que diseñarse teniendo en la mira la preponderancia de los dos colosos asiáticos. La población ecuatoriana vive casi totalmente desentendida de los problemas internacionales. Creemos que no tenemos nada que ver con roces armados en lugares tan remotos como Bután. No es así, en un mundo cada vez más integrado, los problemas ya no se reducen a ámbitos regionales, más cuando entre las partes involucradas hay superpotencias de talla global. Jorge Enrique Adoum dijo con acierto que para los ecuatorianos siempre “el mundo está demasiado lejos para nuestra pereza”, esto sigue siendo así, por desgracia. Y luego, como lo advertía el notable vate, nos quejamos porque el planeta nos ignora. (O)