El certificado de defunción de Steven Napa Corozo señala que una “herida por proyectil de arma de fuego” fue la causa de su muerte el 29 de septiembre de 2021. Desde la entrada de su casa, de piso de tierra y construida de planchas de zinc y madera, en la cooperativa 26 de Agosto, en Monte Sinaí, su padre, Stalyn Napa, de 61 años, muestra ese documento, se indigna y recuerda cómo le entregaron el cuerpo de su hijo.

“Mintieron. Estaba quemado, cortado el cuello, pero no desmembrado, con un ojo salido, con la lengua afuera, tenía cortes (...). No dice degollado, porque eso no le conviene decir al Estado, ellos dirán que les cayó de sorpresa, pero no, ellos fueron torturados”.

Un grupo de niños juega en una cancha de polvo y tierra frente a la casa de Stalyn Napa, un exmilitar orgulloso de su formación y del jardín de dos metros que ha construido con maceteros blancos y delimitado por grandes rocas, también pintadas de blanco.

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Sobresale entre las plantas la conocida como vara de la justicia, de hojas largas y afiladas que caen sobre la maceta y su verde intenso brilla con el sol de las tres de la tarde de ese miércoles 10 de noviembre.

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Steven, el menor de sus seis hijos, de 24 años, murió en la masacre carcelaria del 28 de septiembre, en la Penitenciaría del Litoral en Guayaquil. Una turba invadió el ala 4 del pabellón 5 y le quitó la vida cuando le faltaban tres meses para cumplir una sentencia de dos años por robo, una culpa que él mismo admitió ante los jueces. “Reconozco haber cometido el delito que se me acusa”, afirmó cuando se le concedió la palabra en la audiencia del 14 de diciembre de 2020.

Lo habían detenido in fraganti el 18 de enero de ese año. Pasada la medianoche, a la altura de la avenida Casuarina, más conocida como Entrada de la 8, la Policía registró en su parte de detención que una persona había sido víctima de robo y agresión, y que Steven Napa, al notar la presencia de los uniformados, “hizo caso omiso a la voz de ‘alto, Policía’, tanto que fue necesario el uso progresivo de la fuerza”.

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A Steven se le encontraron en su poder dos cuchillos, un celular, un reloj marca Fossil, un reloj MK, dos billetes de $ 10 y monedas, señala el parte policial. Con esas evidencias, y sin que se presentara denuncia del afectado, fue sentenciado a 24 meses de prisión.

“Él estaba por robo simple, el 17 de enero salía en libertad”, lamenta su padre, un afroecuatoriano, alto y corpulento, que no aparenta la edad que tiene. “No tengo vicios ni paso malas noches”, dice. Habla pausado pero claro y firme: “Yo fui uno más de los que les mintieron”.

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“A ver, señor, su hijo, ¿cómo se llama?”, le preguntaron el 29 de septiembre en la oficina de Criminalística y Ciencias Forenses, donde funciona la morgue, adonde llevaron los cuerpos masacrados en prisión y adonde fue a buscar a Steven.

“Ah, él se encuentra vivo, vaya a la Peni”, le confirmaron al ver los listados de muertos.

“Nos fuimos contentos. Gracias a Dios, dije, mi hijo ha sobrevivido”, contó Stalyn, y tranquilo volvió a casa. Pero su corazón de padre dudaba.

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“Pasaron cuatro días y nos vamos a averiguar de nuevo. Ahí nos dicen: ‘Su hijo está muerto, está en la PJ’”... Fui y lo reconocí, gracias a Dios lo reconocí, siento mucho por los demás padres que aún no reconocen, la gente no sabe, aún están los cuerpos en un contenedor, ahí en la PJ.

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Stalyn Napa es un albañil que ha sido ‘padre y madre’ de sus hijos en los últimos ocho años, desde que falleció su esposa, Ana Corozo. Steven estudió en el colegio Provincia del Azuay, donde logró graduarse al mismo tiempo que Julio, su hermano mayor.

Don Napa tiene una rodilla lesionada, debe operarse, sin embargo, no faltaba a las visitas en prisión, donde el 90 % de visitantes son madres, esposas, hermanas. En la Penitenciaría del Litoral no solo estaba recluido Steven, también Julio, enfermo de tuberculosis pulmonar resistente a medicamentos, paga una pena de 34 años por homicidio.

Así sucede, es un sorteo. Hay padres que no son lo que yo soy y les salen hijos perfectos, es algo cambiado, es la contaminación, no de la vida sino de la sociedad, lo que se está viviendo, lo que se le ofrece al joven y adolescente en la calle, ellos piensan que todo lo que brilla es oro, se meten, pero sin medir las consecuencias

Stalyn Napa, de 61 años

Su hijo Steven, cuenta su padre, no llegó al pabellón 5 ni formaba parte de ninguna organización narcodelictiva. “Usted entra a un pabellón, pero no significa que sea miembro de una banda”. Los registros judiciales revisados por este Diario le atribuyen dos delitos, en ambos casos por robo en la vía pública. El primero en 2016, por el que estuvo preso junto con su hermano Julio y por el que cumplió una sentencia de dos años, hasta el 2018. De ahí recayó en 2020.

“Como padre me pongo a pensar será que primero lo habrán torturado y luego lo mataron o primero lo quemaron. Como padre uno se imagina, me duele mucho, pero también lo siento por los demás padres, usted sabe lo que es encontrar a su hijo y no encontrarlo. Gracias a Dios reconocí a mi hijo, ahora estoy luchando por mi segundo hijo”, cuenta mientras muestra los documentos que entregó este mes al director de la Penitenciaría para que autorice el traslado de su hijo Julio a otra prisión donde hay un pabellón denominado Prioritario, donde él cree que su hijo tendrá atención médica para la tuberculosis.

Stalyn Napa había reunido dinero de las pequeñas obras de construcción que hacía y había comprado un triciclo para que Steven pudiera vender ahí pescado fresco en la avenida Casuarina. Era una sorpresa que le quería dar el 17 de enero, en que terminaba su pena.

“Ya estaba todo comprado, todo, todo. Solo esperaba que saliera en libertad, usted sabe que no hay trabajo. El triciclo lo tenía allá, en la Entrada de la 8, el triciclo sigue ahí”. (I)