La urgencia de orinar hizo que Carlos Valencia Cruz detenga su camino de regreso a casa la medianoche del sábado 28 de noviembre de 2020. Y ya nunca más regresó vivo. Su esposa, Mónica Cedeño, reconoció su cuerpo entre los que fueron masacrados en la Penitenciaría del Litoral en el amotinamiento del 28 de septiembre de 2021.

Valencia, un maestro soldador de 31 años, salió de su casa, en la 27 y la B, en el suburbio de Guayaquil, rumbo a Mapasingue este. Eran las diez de la noche. Minutos antes había llamado a un amigo que vivía en ese sector para que le prestara una máquina de soldadura. Le había salido, de última hora, un “cachuelo” en Posorja, declaró en su testimonio judicial.

“Él trabajó para la empresa Hidalgo Hidalgo varios años, salió por decisión propia, porque quiso ser independiente, estuvo con contratistas”, cuenta su esposa, Mónica, rodeada de uno de sus cinco hijos, en el portal de un departamento que alquila, pero cuya dueña, por solidaridad, le ha perdonado la renta estos meses.

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Valencia, según los registros del Instituto de Seguridad Social, fue soldador de esa constructora hace una década. Entonces ganaba $ 376 al mes.

Regresaba con la máquina soldadora cuando le pidió al conductor del taxi Boris Párraga que detuviera el carro para orinar. Otro de sus amigos que viajaba con él, Kevin Pazmiño, lo acompañó a orinar.

En eso estaban –señalan los testimonios–, cuando dos hombres se les acercaron esa noche del 28 de noviembre.

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- Carlos, del lado derecho vienen dos señores, dijo Kevin, según el proceso judicial.

- Tranquilo, no pasa nada, orinemos y ya, respondió Carlos Valencia Cruz.

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“A lo que viene el señor, nos comienza a insultar. Mi compañero Valencia dice: ¿Y este? Lo insulta y él también lo insulta, le metió un golpe, de ahí yo forcejeé con el otro señor y en ese momento el señor saca el arma y Valencia y yo nos quedamos viendo, sin saber qué pasa. Valencia se sube al carro, yo me subo al carro y de ahí avanzamos unos 50 metros, cuando el señor comienza a disparar”, relató Kevin en la audiencia del 31 de mayo de este año. Ese día se les dictó a él y a Valencia 5 años de prisión como autores, y al taxista lo condenaron, como cómplice, a la mitad de la pena.

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En este extracto consta la sentencia dictada contra Carlos Valencia.

A los tres los acusaron del delito de ataque y resistencia a la autoridad, artículo 283 del Código Orgánico Integral Penal (COIP). Los hombres con los que se insultaron, forcejearon y pelearon eran policías que vestían de civiles, que pertenecían a la Unidad Antisecuestro (Unase) y que por esos días investigaban el secuestro de Heriberto Glas, hermano del exvicepresidente Jorge Glas.

Nunca se identificaron de Policía Nacional, porque habían estado de civil y que habían estado en este operativo de un secuestro de no sé quién, y le sacan el arma y ellos lo que hacen es treparse, y comienza la persecución

Mónica Cedeño, viuda de Carlos Valencia.

La versión de los dos policías de la Unase, Óscar Herrera y Steven Pita, señala que fueron Valencia y sus amigos quienes sin razón les insultaron y les agredieron. “Nos atraviesan un vehículo Chevrolet Optra, color azul, se bajan unos individuos, uno de ellos procede a disparar y en el momento en que el otro viene, se me acerca, saca un arma, me pega con la cacha en la cabeza y de ahí estaban mis otros compañeros, en los alrededores, procedieron a la neutralización de los ciudadanos metros más adelante, logrando su aprehensión”, declaró Pita.

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En el proceso consta que la abogada de los acusados señaló contradicciones en los testimonios de los policías. Una de ellas, por ejemplo, tiene que ver con el arma: mientras un policía declaró que Valencia arrojó un arma, otro asegura que dicha arma se le encontró en el carro, bajo el asiento del copiloto. También cuestionó la abogada, en las audiencias, que los exámenes de parafina, que registran los residuos de pólvora en las manos, señalaran que a los tres se les detectó restos de pólvora, pese a que las declaraciones de los afectados señalaban que dos habían dispararon.

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Los tres, Valencia, Párraga y Pazmiño, fueron recluidos en el ala 5 del pabellón 5 de la Penitenciaría del Litoral para el cumplimiento de la pena. Y ahí estaban cuando se les vino la matanza de septiembre.

“Ellos (Párraga y Pazmiño) sí alcanzaron a correr, pero mi esposo no, porque tenía tuberculosis, estaba con suero, mi esposo estaba flaquito, nunca iba a poder correr”, dice su esposa al recordar que el martes de la masacre su esposo la llamó a las 11:23 de la noche. “Llorando me dijo que cuide a mis hijos, que los amaba, que los cuide mucho. ‘Negra, los amo’, me dijo, y se escuchaban los disparos, las balas, ahí ya no volvió a llamar”, recuerda.

Llorando me dijo que cuide a mis hijos, que los amaba, que los cuide mucho. ‘Negra, los amo’, me dijo, y se escuchaban los disparos, las balas, ahí ya no volvió a llamar

Mónica Cedeño, viuda de Carlos Valencia

Le entregaron el cuerpo cuatro días después, el sábado 2 de octubre. “Tenía la cabeza… se la habían desbaratado, con un tubo, varios golpes. El certificado de defunción dice que murió de un trauma craneoencefálico, la cara la tenía hundida, yo lo velé embalado”, explica Mónica Cedeño.

Ella lo reconoció en el laboratorio de Criminalística por un tatuaje de una serpiente de Dragon Ball Z que su esposo tenía en el pecho, además de dos iniciales de los nombres de sus hijos en dos dedos de la mano izquierda. “Tenía tres dedos quemados, apenas se veían las iniciales M y V”, contó Mónica Cedeño.

En el proceso judicial consta que el abogado de Carlos Valencia presentó un recurso de apelación a la sentencia. El 25 de octubre pasado, cuando ya lo habían matado en prisión, la jueza penal que lleva el caso fijó la fecha para la audiencia de apelación: el 9 de marzo de 2022, a las 09:30. (I)