“Mentiroso sería decir que no tengo miedo, todas las personas tenemos la percepción de temor e inseguridad ante una amenaza de explosivos. Solo hay que tratar de ser lo más tinoso y profesional posible para que no detone”, dice el capitán de Policía Carlos (nombre protegido), quien es parte de la Unidad de Explosivos del Grupo de Intervención y Rescate (GIR).

Los técnicos en explosivos del GIR siguen una metodología que se aplica ante cada incidente con amenaza de bomba, explica Carlos de 40 años de edad y padre de dos hijos.

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Las alertas llegan a través del ECU911 por tres motivos: una amenaza de explosivos, por objetos sospechosos y la última es cuando ya se da la explosión.

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Primero hay que ver si la amenaza es verdadera o falsa, existen protocolos de actuación. En esto no se puede descartar de forma anticipada, se llega a saber al momento de aperturar o abrir y desactivar, entonces el peligro es permanente. Acá hay un lema, el primer error es el último, no tenemos las siete vidas del gato o la bolita mágica para decir si es o no. Toda alerta la tratamos como que es un explosivo real que fuera a detonar”.

Las organizaciones delictivas evolucionan en la forma de hacer los artefactos y cómo activarlos, por lo que el entrenamiento es constante, agrega.

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Además, un técnico en explosivos debe tener ciertas cualidades como ser una persona tranquila, fría, para poder desactivar con autocontrol, dejando el temperamento a un lado. “Esto va a la par con la capacitación, incluso en el exterior en países como Rusia, España y Francia, también han llegado especialistas de Estados Unidos y Colombia”, afirma el capitán.

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La experiencia cuenta con cada evento que ahora son más frecuentes. El número de incidentes con explosivos va en incremento en el país. Hasta hace diez años había dos procedimientos como máximo cada mes, entre los cuales había falsas alarmas. “Ahora intervenimos hasta en cuatro situaciones al día, sobre todo en Guayaquil”, cuenta.

Un punto de partida fue en el 2018 cuando hubo explosiones en el cuartel de policía de San Lorenzo, en la provincia de Esmeraldas, que limita con Colombia. Ahí se evidenció como los grupos locales se habían nutrido sobre la forma de hacer explosivos y detonarlos de sus pares colombianos

Ante estos hechos, el protocolo indica incluso que hay la facultad de no usar el traje antiexplosivos en ciertas situaciones, ya que pesa 80 libras, por lo que reduce la movilidad de quien lo porta. “Causa asfixia, fatiga, estás comprimido en un traje pesado, entonces se pierde maniobrabilidad. Ni por más que tiene un sistema de enfriamiento y ventilación, pero ante la situación el cuerpo empieza a sudar más, son emociones y sentimientos que uno siente”.

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En realidad, el traje sirve para que el cuerpo quede compacto si llega a detonar el explosivo. “Lo más dañino es el efecto de la onda de la explosión. El traje no protege mucho de esto último. La onda destroza el cuerpo, entra por una cavidad, ya sea boca, oído, nariz, ano. Es como una pelotita saltarina en el cuerpo humano, interiormente va quebrando todo nuestro organismo, por fuera estamos enteros, pero el daño es interno, todo es casi instantáneo, son milésimas de segundo”.

Las consecuencias por efecto de la onda son mareo, vómito y desmayo. Pueden quedar secuelas permanentes o llegar a la muerte.

El caso del chaleco bomba colocado en el guardia de la joyería Oro Cash, en Sauces 9, en el norte de Guayaquil, en marzo pasado, está en el nivel más grave porque tenía los explosivos adheridos a su cuerpo, es decir, peligraba la vida.

“A él lo secuestran la noche anterior, le colocan escopolamina y cuando despierta ya tenía puesto el chaleco”, afirma Carlos.

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Lo primero que se hace es diagnosticar y colocar a la víctima en un lugar en el que los explosivos provoquen el menor daño posible.

Las situaciones con explosivos son cada vez más frecuentes en el país. Foto: CORTESÍA DEL GIR

El guardia tenía cartuchos de emulsión, que es un tipo de dinamita en gel. “Eran diez cartuchos de Emulnor 3000, que es fabricado por una empresa peruana, se hace con índole comercial para usar en la minería y en la construcción. El problema es que existe mucho contrabando y así acceden los grupos delictivos”.

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Desde pequeño y mientras crecía en la zona de Calderón, en el norte de Quito, Carlos veía a su padre, quien es jubilado de la Policía. Sus dos hermanos también decidieron ingresar a la institución.

“Al crecer con la imagen paterna eso influye, desde pequeños lo veíamos uniformado, fue de una unidad especial”.

Sin embargo, recién palpó las especialidades que hay en la institución cuando empezó a estudiar. “Al inicio uno cree que son los que van en los patrulleros batallando contra la delincuencia, pero ya en el interior se entiende la temática, que hay unidades especiales de táctica e inteligencia, entonces se amplía el conocimiento y se escoge”. (I)