Arqueólogos desentrañan la vida de una familia que vivió hace más de 1.000 años en Jaramijó, frente al mar

Hace mil años, una familia pescaba frente a las playas de Jaramijó y vivía en una casa pequeña en lo alto de una loma; hoy, un grupo de arqueólogos dice haber encontrado sus huellas. Y no es algo sencillo. Por eso pasan horas con una pequeña brocha y una pala escarbando la tierra. Luego la ciernen hasta que van quedando conchas, pedazos de cerámica, piedras y algunos huesos: clavículas, fémures, costillas, restos de cráneos.“La edad la vemos en el tamaño de los huesos, mientras que el sexo del esqueleto se observa en la mandíbula. Hay diferencias significativas en tamaño y forma entre hombres y mujeres”, explica la arqueóloga Milena Pozo. “Es como leer los huesos”, agrega. En total, son ocho cuerpos de dos excavaciones y, entre ellos, hay una niña. No saben su edad exacta, pero a lado de su cráneo tenía un collar con una figura de muñeca hecha de conchas. ¿Y cómo saben que es una niña y no una mujer? La respuesta está en el cráneo. Los huesos parietales (que componen la bóveda de la cabeza) terminan de cerrarse a los 24 años. Los que hallaron aún estaban muy abiertos, lo que indica que el cuerpo podría haber sido de una niña o una adolescente, explica Pozo. Es verdad, los huesos hablan.En enero de 2024, un fuerte aguaje llevó las olas hasta lo más alto de la playa de Balsamaragua, en el cantón Jaramijó, y dejó al descubierto pedazos de cerámica y algunos huesos. Los primeros especialistas del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC) llegaron al lugar y se encontraron con algo sorprendente. En el sitio había más huesos y hasta restos de lo que pudo haber sido una vivienda. Las investigaciones se detuvieron por unos meses, pero este año las retomaron con fuerza y ahora están tratando de entender quiénes vivían allí, cómo vivían, qué comían y hasta de qué fallecieron. Hasta ahora han descubierto ocho esqueletos: una niña, un niño y seis adultos. Sus huesos estaban enterrados muy cerca de unos de otros. Se encontraban en lo que parece haber sido una vivienda donde acostumbraban sepultar los cuerpos cerca. “Creemos que los cuerpos han estado enterrados dentro de las casas. No creemos que sea un cementerio, sino que tenían la tradición de enterrar en casa. También encontramos un conchal que puede haber sido el basurero, donde hay escamas y huesos de pescado”, expresa la arqueóloga. Sin embargo, advierte que todo está basado en suposiciones. En la arqueología, cuando hay estos descubrimientos, se necesitan pruebas, exámenes y estudios complejos para determinar con exactitud lo que han encontrado. Mientras tanto, las excavaciones continúan y se realizan en un terreno de 400 metros, ubicado frente al mar, en lo alto de una loma. La primera hipótesis de los especialistas es que allí había varias viviendas, probablemente un caserío. Incluso se cree que quienes vivían allí tenían algún intercambio de productos con otras culturas. “Hemos encontrado obsidiana, que es un tipo de roca muy poco común en la Costa; es más bien originaria de la Sierra. Esto nos confirma que hubo intercambios”, señala. Pero aún hay más detalles. Y lo que ha sorprendido a los arqueólogos es que la casa tenía un piso de bahareque, una mezcla de tierra compactada con concha quemada, algo parecido a un ladrillo. “Eso, generalmente, no se ha encontrado en Manabí; algo hemos visto en descubrimientos hechos en Santa Elena. Aquí en Jaramijó incluso han quemado el suelo, lo han preparado antes de montar el bahareque”, explica. Milena Pozo cree que estas personas, posiblemente miembros de una misma familia, serán parte de la cultura Manteña, establecida entre los años 500 y 1532.Andrés Govea, director del centro de investigación e interpretación del INPC, indica que los restos están siendo examinados para determinar sus edades, alimentación y hasta qué pudo haber causado su muerte. “Actualmente no contamos con esos insumos y reactivos. Estamos viendo la posibilidad de que muestras de los huesos sean enviadas al exterior”, indicó. Además, están trabajando con un arqueólogo extranjero que les está ayudando en los descubrimientos. “Estamos hablando de que este asentamiento podría conectarse con el cerro de Jaboncillo como parte de la cultura Manteña, pero eso es solo una posibilidad”, señala Govea y agrega que todo es parte de un proceso. Hay que interpretar a base de lo que se encuentra, revisar la cerámica, el contenido. Además, a través de un análisis de laboratorio se determinaría si serían integrantes de una misma familia.A las once de la mañana, con el cielo despejado, los arqueólogos del INPC han llegado al terreno donde continúan las excavaciones. A un lado, dos personas usan un aparato parecido a una podadora y recorren el suelo de un lado a otro. Luego, se detienen en una esquina y analizan imágenes en una tablet. “Estamos usando un georradar que escanea el suelo y da referencias de lo que hay hasta 4 metros abajo. Se pueden detectar anomalías: piedras, restos, bultos, y luego se da aviso para que se excave”, señala Mauricio Espinoza, director de transferencia del conocimiento del INPC. Los estudios durarán quince días. En ese tiempo usarán, además, un dron para determinar qué otros espacios tendrían las mismas características y podrían contener restos de una cultura. Gissela Muñoz, arqueóloga, señala que el trabajo que se realiza en el territorio es minucioso. Ella, junto con su compañera Lizbeth Chontasi son las encargadas de cernir la tierra. Una mueve la canasta y abajo cae el suelo de un tono ocre, limpio. Arriba quedan las piedras y los restos de cerámica que Gissela coloca en una bolsa para luego analizarlos. Con ese método también se han encontrado pequeños huesos; todo, sea lo que sea, es analizado, todo sirve. “Cada una de las cosas que encontramos aquí nos quiere decir algo, nos cuenta parte de la historia”, dice Gissela. (I)

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