Según la Organización de las Naciones Unidas, el Día de la Mujer se celebra cada 8 de marzo, desde 1975. Sin embargo, afirman que su primera celebración fue el 28 de febrero de 1909, en Estados Unidos. En el Ecuador existen historias de éxito en mujeres que sobresalen ante una sociedad que intenta erradicar una brecha existente con los hombres.

El Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), en su Encuesta Nacional de Empleo, Desempleo y Subempleo (Enemdu) informó que, en diciembre de 2020, la tasa de desempleo se ubicó en 6,7% para las mujeres y 3,7% para los hombres. Según la Organización de Naciones Unidas (ONU) Mujeres de Ecuador, durante la crisis por la pandemia “hubo un menor acceso a la salud sexual y reproductiva y un aumento de la violencia doméstica”.

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Ante todas estas estadísticas surgen historias de mujeres que trabajan día a día por mantener su familia y alcanzar el éxito personal. Este 8 de marzo estará marcado por dejar atrás un año en pandemia y recuerdos difíciles de olvidar.

Así, la pandemia marcó la vida de Viviana Chávez que a finales de mayo tuvo que armarse de valor e intubar a un paciente que dio positivo de COVID-19 y perdía su capacidad de respirar. Mientras realizaba la maniobra médica, el equipo de oxígeno dejó de funcionar y tuvo que realizar un bombeo manual de oxígeno durante 15 minutos, aproximadamente. Entre pasillos se comentaba que esta práctica era la que infectó a la mayoría de sus compañeros, y llevó a la muerte de algunos de ellos.

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Viviana Chávez, coordinadora médica del Centro de Atención Temporal Quito Solidario Foto: ANDRES SALAZAR

Sin embargo, la vida del paciente corría riesgo y en lo único que pensaba era en seguir brindándole oxígeno a esa persona, hasta que el equipo mecánico funcionó. El paciente logró estabilizarse en ese momento, pero cuatro días después falleció.

Desde ese día, la tristeza e incertidumbre en la médico especialista de emergencias que labora en el Centro de Atención Temporal Quito Solidario apenas había empezado. Viviana tuvo que separarse de su única hija de 16 años y el resto de su familia por 15 días, tiempo en el que junto a las 160 mujeres y los 96 hombres que laboran en este centro médico tuvo que continuar batallando a un virus que seguía cobrando vidas. Después de esas largas semanas, el resultado del examen hisopado fue negativo, y con ello se dio el esperado reencuentro con su hija y su madre, lo que le devolvió la felicidad y la fuerza para continuar con su trabajo.

Ella no es la única mujer que ha tenido que separarse de sus seres queridos, un ejemplo de ello es la mayor de Policía Guissell Fuentes, quien se aisló de su hija de 9 años por el lapso de tres meses. Ella, al ver que muchos compañeros se contagiaron en cumplimiento de su deber, algunos de ellos fallecieron y el riesgo que corría al salir a trabajar en pandemia, tomó esa decisión.

Guissell Fuentes, policía del Distrito Metropolitano de Quito Foto: ANDRES SALAZAR

Sin embargo, el contacto y supervisión por videollamadas era constante, pues todos los días Guissell tenía que asesorar a su madre para que conecte a su hija a clases virtuales. El miedo de contagiar a su padre que padece la enfermedad de Parkinson, su madre que también sufre de artrosis, gastritis y presión alta, le mantuvo alejada por ese tiempo con la convicción de algún día volverlos a ver.

Actualmente, su hija regresó, aunque las medidas de bioseguridad se han extremado. Con esa energía salen los 51.132 servidores que forman parte de la Policía Nacional en el Ecuador. Guissell es una de las 7.597 mujeres policías, es un número bajo en estadística ya que representa el 14,86% del personal, pero el machismo en el ambiente laboral ha disminuido sustancialmente, según Guissell.

Las profesiones realizadas “solo por hombres” quedaron en el pasado, aunque todavía exista un nivel de diferencia muy significativo entre sus nóminas. La Empresa Metropolitana de Transporte de Pasajeros, en Quito, cuenta con 583 conductores hombres y apenas 14 mujeres que movilizan 215.000 pasajeros diarios, aproximadamente.

Rosa Sangoluisa nunca se imaginó que podría conducir buses tan grandes, pero el fallecimiento repentino de su esposo tras una caída en la que se golpeó la cabeza y generó una muerte instantánea, lo cambió todo. En ese tiempo sus dos hijos eran pequeños, el varón tenía 9 y su hija apenas 2 años. Desde ese entonces empezó a trabajar en una peluquería, pues antes estudió para eso. También vendía ropa y productos de revistas, nunca faltó la comida en la casa, sin embargo, eso no alcanzaba para cumplir su sueño.

Rosa Sangoluisa, conductora de unidad del Trolebús Foto: ANDRES SALAZAR

Rosa quería ver a sus hijos terminando una carrera de tercer nivel, no solo bachilleres como la mamá. Sabía conducir desde los 13 años, así que se presentó a las pruebas de manejo en la Empresa Metropolitana de Pasajeros de Quito y superó cada uno de los obstáculos, entre ellos, el machismo de sus compañeros en ese entonces, de los pasajeros y el tráfico de la ciudad.

Actualmente, su hijo está a punto de iniciar su tesis en diseño gráfico y su hija que se encuentra en décimo año de bachillerato y quiere ser doctora. Rosa piensa que transporta a sus hijos en cada arranque desde las estaciones para cuidar de ellos y con la firmeza de seguir cumpliendo ese sueño anhelado, ahora respetada por el gremio de conductores y los usuarios.

Según cifras del INEC, en diciembre del 2020 la tasa de empleo adecuado o pleno se ubicó en 35,8% para los hombres y 23,9% para las mujeres. Esto refiere a las personas que contaron con un pago igual o superior al salario mínimo, trabajaron 40 horas semanales o más y fueron reconocidas las horas adicionales.

Lourdes Torres, en Guayaquil, no supo lo que era salario básico, afiliación o seguros. A los 17 años de edad un hombre llegó y la enamoró. Tan fuerte era el amor que decidió abandonar todo y viajar con él a Quito. Al llegar a la capital, esa historia de amor que tan pronto nació, de la misma manera se desvaneció.

Aquel hombre llevó a Lourdes a vivir en un hotel en la avenida 24 de Mayo, al centro de Quito y ahí la abandonó. Tras una semana sin comer, decidió salir a trabajar. El hotel costaba cada día 200 sucres (moneda ecuatoriana hasta el año 2000). Ella aprendió de las trabajadoras sexuales que se encontraban en aquella avenida y vendió su cuerpo para tener que comer.

Lourdes Torres, presidenta de la Asociación Pro Defensa de la Mujer, trabajadora sexual Foto: ANDRES SALAZAR

Cada día eran entre 10 a 15 diferentes hombres con los que tenía que ir a la cama, a cada uno le cobró 150 sucres, el alquiler de la cama costaba 30 sucres. Al ser la más joven, tuvo que cuidarse de la discriminación de las demás trabajadoras sexuales, no se usaba condón ni otros métodos anticonceptivos, ella no sabía nada sobre ese mundo, solo tenía 17.

Con el tiempo esos 15 hombres diarios llegaron a ser hasta 100, cada día. Ante la falta de derechos y condiciones para las trabajadoras sexuales, Lourdes lideró reuniones y formó la Asociación Pro Defensa de la Mujer (Asoprodemu), justamente este 8 de marzo, la asociación que vela por los derechos de las trabajadoras sexuales cumplirá 30 años de vida jurídica.

Lourdes tiene actualmente 53 años y todavía ejerce su profesión, orgullosamente habla de sus hijas e hijo que han logrado surgir académicamente por el trabajo de ella. Su hija mayor se acabó de graduar de bachiller, pues antes no pudo solventar sus estudios. Tiene un hijo que vive con su padre en la ciudad costera de Babahoyo, y está por graduarse de abogado, una de sus hijas es paramédica y la otra estudia el séptimo semestre de filosofía.

Además, cuida de la hija de una compañera trabajadora sexual que falleció de cáncer hace dos años y nunca supieron sobre sus familiares. Ella trabaja limpiando casas o entregando condones a las trabajadoras sexuales. Son 3.600 mujeres en Quito y 120.000 aproximadamente en todo el Ecuador que están representadas e identificadas con historias como la de Lourdes, una mujer que guarda la tristeza en los ojos y la convierte en una sonrisa sobre los labios. (I)