Se mueve alrededor de los mundiales un sinfín de intereses. Durante un mes, los visitantes tienen la posibilidad de conocer lo esencial de un país: sus sitios turísticos, su gastronomía, sus particularidades insólitas, su arte, su música. Con cerca de noventa millones de habitantes, una cultura sobresaliente, es la tierra de Beethoven, Bach, Brahms, Schumann, Wagner, Mendelssohn (cuya marcha nupcial se ha vuelto himno nacional de los casados), el país de Goethe, hombre tolerante que dijo una vez: “Nunca oí hablar de un crimen que no hubiese podido cometer en algún momento de mi vida”.
(Su personaje Fausto era capaz de vender su alma al diablo con tal de recuperar la juventud).

Alemania: son sitios maravillosos, paisajes sobrecogedores en la Selva Negra, el valle del Rin, el mercado de las salchichas en Durkheim, una gastronomía que juega como ninguna otra con los embutidos, las papas, la cerveza, el choucroute (plato completo de col fermentada y charcutería), los vinos de Mosela. Es Berlín con su Tiergarten, los restos de Muro de la Vergüenza, Hamburgo, con su pintoresca calle del placer donde las trabajadoras sexuales están en vitrina, Frankfurt, Munich, Dusseldorf, el increíble castillo de Heidelberg, Colonia, Dresden la ciudad mártir, totalmente arrasada por los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial. Son catedrales que cortan la respiración. Es la filosofía de Kant, Schopenhauer, Hegel, Nietszche, Marx, Heidegger, la pintura de Durero, Cranach, Grünewald, Beckmann y tantos más. Necesitaríamos años para recorrer paso a paso una tierra tan fértil en maravillas. Uno de mis poetas preferidos es Holderlin de quien siempre recuerdo aquellos versos: “El hombre es un Dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona”, o el inquieto Heine: “Decidme se lo suplico: ¿Qué es el hombre?, ¿de dónde viene?, ¿adónde va su camino?”, y desde luego Novalis: “El cielo y sus estrellas/ se hacen vino de vida./ Gocemos de este vino/ hasta ser como estrellas”.

Alrededor de una pelota de fútbol vibra el mundo entero, fraternizan los hombres, comparten la misma ética, se agitan seres, se desarrolla una civilización. Un grito de victoria mueve por doquiera corazones. Cuando Ecuador esté allá ¿quién podrá resistir la tremenda emoción de oír nuestro himno nacional acompañados por millones de seres humanos que no hablan nuestro idioma?

Alemania es una forma de sentir, de vivir, de comer, de escuchar música, de decir “te quiero”: “Ich liebe dich” suena como una música. Por más sordo que fuera Beethoven, su Himno a la Alegría es llamado a la solidaridad: “Únanse millones de seres”. El pasillo ecuatoriano fraterniza con las canciones de Baviera. La cerveza solo cambia de marca.
Por un tiempo limitado pero intenso, el planeta entero vibra al unísono. Por eso, Albert Camus decía que “solo creía en el teatro y en un estadio lleno”. Tuve la suerte de recorrer varias veces palmo a palmo aquella tierra maravillosa.