Una de mis grandes pasiones es estudiar, tengo la vocación de un monje de abadía que no se despega de los libros, aunque estos puedan tener veneno en la punta de sus hojas y me pueda morir al pasar la página, como narra Humberto Eco, en su libro El nombre de la rosa. Adoro los centros académicos, pero en esta ocasión me he encontrado con algunos compañeros de estudio “burlones”. Mi maestría tiene que ver con política y una vez un profesor me dijo que no haga caso a sus comentarios ofensivos y falta de ayuda en la gestión académica entre estudiantes y universidad, porque al final son una especie de renacuajos, a lo que yo dije que eso sonaba despectivo y él argumentó que los llama así porque pueden ser los futuros sapos de la patria, haciendo alusión a los malos políticos ecuatorianos.
Un día me atreví a señalar que estoy cansada de la falta de gestión de la directiva del curso, que no entiendo para qué se nombró una representante académica y su corte. Y enfaticé que a mí no me representan. Y se armó la guerra, bueno, más bien el bullying, porque fui yo ante un público contento con su representante, al punto que juzgaron y concluyeron que el problema era yo. Entiendo que esto suele pasar en un escenario donde las minorías alzan la mano para reclamar o pedir algo.
Ante los misiles, mi segundo acto fue decir que para detener el bullying pondré una denuncia en el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social (CPCCS), pues me parece inaudito que uno no pueda decir que no se siente representada y la manden a callar. Y, otra vez, se armó el incendio, porque ya había nombrado a una instancia fuera del curso y una de las compañeras trabaja allí y por supuesto desde su cargo con tono que yo interpreté de arrogante, dijo que podría indicarme los canales adecuados para que ponga la denuncia, a lo que yo respondí como se contesta en esta sociedad líquida, con una carita feliz. Pero mi cerebro se hizo varias preguntas en secreto, una de ellas: ¿para qué mismo sirve esta institución?
Sabemos que fue creada en 2008, con la nueva Constitución, entre sus objetivos está el fortalecer la participación ciudadana en la vida pública, promover la transparencia y la lucha contra la corrupción y para designar autoridades de control con procesos de meritocracia y participación ciudadana. Su concepto es excelente y en su página web se lee que hay algunas veedurías conformadas. Pero, ¿por qué tanta maravilla no se ve plasmada en la realidad? Las respuestas pueden ser muchas, pero no he visto una gran lucha anticorrupción que haya salido de esta institución y cuando un consejero empezó a señalar procesos poco transparentes fue destituido. Entonces, la pregunta sigue allí ¿para qué?, si tampoco hay una real representación ciudadana y quizás por esto el presidente Noboa plantea eliminarla a través de una enmienda, argumentando que la pregunta no altera la estructura del Estado y no modifica el régimen de derechos. La propuesta de eliminar al CPCCS no es nueva, pero parece que ahora sí toma forma. Digo de nuevo, ahora como ciudadana, no me he sentido representada por el CPCCS, espero que por decir esto, no me hagan bullying, otra vez… (O)