Participé en la marcha del 10 de agosto, cuyo propósito era excitar a la Corte Constitucional a dirimir con rapidez el atolladero jurídico que ha colapsado a Quito. La ciudad ya estaba cataléptica, pero el cuadro se agudiza y el país no puede tolerarlo. Por fortuna a quien le corresponde fallar en última instancia es a la Corte Constitucional, tribunal que, a más de la autoridad que le da la ley, por su conformación actual es el de mayor respetabilidad en el país. Un triunfo democrático no es una patente de corso y debe prevalecer la integridad republicana. Comparar esta manifestación con la asonada del Octubre Negro es una temeridad, un infundio. El derecho a la protesta es una expresión de libertad básica e inalienable, pero nada tienen de tal el saqueo, la destrucción de bienes, la retención de personas, el abuso sexual y otros excesos y delitos que vimos hace dos años. Muestra del buen espíritu de los marchantes de esta semana es que se abrían de tramo en tramo para permitir el paso de vehículos, sin bloquear. Sí, estuve allí para demostrar, demostrarme, que respaldo en los hechos las palabras.

Esos son los motivos y motivaciones, hablemos sobre la marcha en sí. Hicieron presencia algunas corporaciones, entre las cuales la asociación de galleros... ¿por qué no estuvieron los taurinos? En todo caso, la amplia mayoría de los concurrentes eran autoconvocados, que acudieron llamados solo por su conciencia cívica, mientras que en los motines de 2019 sé que se multaba a los comuneros que no plegaban. ¿Cuál era el color de la multitud que procesionó en la tarde de este 10 de agosto? Como la sociedad ecuatoriana, café con leche... tomen en cuenta que el café no deja dormir, pero es la leche la que causa la indigestión. Las metáforas con frecuencia tienen aristas inquietantes. Esa mixtura, que con seguridad fue muy similar el 10 de agosto de 1809 y que sería la sustancia humana que consiguió remover gobiernos en 1997 y en 2005, parece cada vez más difícil de conseguir. La estructura social ecuatoriana, y la quiteña por tanto, está seriamente resquebrajada y no se puede con facilidad movilizar a masas representativas en torno a propósitos comunes.

Por otra parte, se observa un fenómeno inquietante, que ya se daba en las demostraciones contra la dictadura correísta. Dicho con pretensiones de exactitud, se trata de un aumento de la edad promedio de los concurrentes a las marchas. La juventud constituía prácticamente el 99 % de la concurrencia a las protestas en los años sesenta, en la actualidad es una fracción que quizá no alcanza la mitad de ese porcentaje. Esta observación tiene que matizarse. Octubre Negro fue un movimiento esencialmente indígena, cuya movilización es más orgánica con fuertes raíces comunitarias. Contaron, por supuesto, con apoyo de grupos de jóvenes activistas urbanos, son violentos y dominan la técnica del motín, lo que los hace muy visibles, pero en ningún caso su presencia alcanza la condición de “masiva”. ¿Será que la manifestación callejera es una práctica política anacrónica, condenada a desaparecer, a medida que sus cultores se suman en la discapacidad motriz, la demencia senil o la muerte? (O)