A veces los poetas terminan escribiendo novelas, casi siempre malas y con muy raras excepciones. Menos habitual son los novelistas que publican algún poemario, donde el resultado es peor. Y tenemos a los cuentistas que después de ser reconocidos por magníficas piezas narrativas deben soportar el estribillo de la pregunta inevitable: ¿y para cuándo la novela? Hay cuentistas natos que de vez en cuando pecaron con alguna novela, como José de la Cuadra, John Cheever, Isak Dinesen o Julio Ramón Ribeyro, o más cercanos a nosotros como Fernando Iwasaki. Pero volvieron siempre al cuento y sus esporádicas novelas quedan como remanentes que leemos con curiosidad más que con entusiasmo. Hay cuentistas natos como Alice Munro que, a lo mucho, optaron por alargar un poco más sus cuentos, pero novela novela, jamás. Me queda una última tipología híbrida: la de los escritores que escriben cuento y poesía, como César Dávila Andrade y claro, ineludible, Borges. Entre los narradores ecuatorianos actuales la fidelidad al cuento la encontramos en Iván Carrasco y Andrés Cadena. Y, por supuesto, en Solange Rodríguez Pappe. Solo que ella va un poco más allá. No solo que es fiel al cuento sino que multiplica su fidelidad. Ha publicado 11 libros de cuentos, dos de ellos de microficciones, que dan el resultado de 269 cuentos. Es la escritora de cuentos más prolífica de Ecuador, y si me apuran podría decir de cualquier sitio.

Pero esto no debería asombrar, sino la capacidad de asombro que tiene ella como escritora. Sus historias rondan muchos registros y temáticas, donde destaca el aspecto fantástico, una cierta oscuridad de mundos inauditos que debería recordar la gradación ineludible entre fantasma, fantástico y ciencia ficción. Registros fantasmáticos, diríamos. O melancólico, para seguir a Giorgio Agamben, que nos advertía que “la melancolía aparece esencialmente como un proceso erótico impregnado de un ambiguo comercio con los fantasmas”. Yo al menos creo encontrar ese tono melancólico de fondo, apenas visible, en libros de cuentos con títulos que lo sugieren como El lugar de las apariciones (2007), La bondad de los extraños (2016), La primera vez que vi a un fantasma (2018), y que atraviesa su libro más reciente publicado en España por la editorial InLimbo, titulado De un mundo raro (2021).

Oficio, asombro y melancolía. Esta trilogía subyace en los cuentos en De un mundo raro. El asombro, aclaro, no sería posible sin humor. Y es por ahí donde quizá nos encontremos con la base que le ha permitido convertirse en una escritora que sorprende a los lectores a cada momento. El cuento que abre su libro, titulado “Una poética”, toma justamente una alusión a César Dávila Andrade y la famosa anécdota de su levitación alrededor de una mesa de comedor de la que solo pudieron bajarlo llamándolo tres veces para que pusiera “delicadamente las suelas de sus zapatos en la realidad”. “Noche de difuntos” lleva al extremo –a fin de cuentas esa es la operación de la literatura– el ritual de las ofrendas de comidas a los muertos, pero a un extremo gore. “Las drámaticas imágenes” revierte lo anterior, parte de lo sangriento de la violencia en Guayaquil con una estampa de la periodista Lisandra Guerra que escribe crónica roja aunque el cuento termina sin derramar una gota de sangre y con la mirada enigmática de un niña donde nada pasa pero todo puede pasar. El más ocurrente y divertido de los cuentos es “Una luz inolvidable”, situado en un momento en el que los viajes entre planetas del sistema solar se normaliza, tanto como las bodas interespecies, tema que ya había tratado en un cuento de su libro anterior, “Un hombre en mi cama”, donde la hermana de la narradora se casa con un árbol. Me gustaría contarles respecto a “Una luz inolvidable” cómo tienen orgasmos los saturninos, pero no lo haré para que lean el cuento. Pero me quedo con la condición melancólica de los saturninos.

El asombro (y el humor que sustenta toda capacidad de asombro) es la base para momentos poéticos en cuentos como “El mar espera entre las astas de los ciervos”. Y también para momentos más radicales de dolor como el último cuento del libro, titulado “La madre”. Este es un cuento desgarrador tratado con un talento especial. La protagonista ha tenido un aborto a los tres meses de embarazo. El cuento se articula en nueve partes numeradas como meses correspondientes a un embarazo, pero en realidad lo son de un delicado proceso de duelo. Aquí es donde sobresale la maestría del oficio de Rodríguez Pappe, porque recurre a una narración en tercera persona para no caer en un ejercicio de lamentación sino en construir la realidad de un mundo que avanza indiferente al sufrimiento de la protagonista, una construcción muy cuidada que muestra, bajo control, cómo se va adaptando ella y su marido. Ella ha perdido el embarazo pero en el cuento siguen llamándose el padre y la madre. Y el final es delicadamente estremecedor como solo puede ocurrir cuando se revela una imagen inesperada en un espejo.

Para quien empiece a leer los cuentos de Rodríguez Pappe, este nuevo libro da cuenta de una solvencia en la diversidad de registros, desde cuentos con final sorpresivo a otros que llamo cuentos-deriva, donde no importa llegar al final sino acompañar a los personajes en un recorrido impredecible, como ocurre en “Compañeros de viaje”. Ella misma ha dicho que admira los libros simétricos, también llamados orgánicos, esos que parecen cuidar un equilibrio perfecto en su ensamblaje como libro. Yo aprecio este libro de cuentos diversos porque quiebran ese equilibrio del libro perfecto. Quizá el libro perfecto Rodríguez Pappe ya lo escribió y solo debe aparecer: esa antología de cuentos que debemos esperar sus lectores para disfrutar a esta gran cuentista ecuatoriana a lo largo de un oficio de más de veinte años y doscientos sesenta y nueve episodios de fidelidad al cuento. (O)