Para los que el tema nos importa la noticia es interesante. El hecho es que cuando el presidente Lasso se reunió con el papa Francisco, le obsequió una Virgen de Guadalupe realizada por un adolescente recluso. Me parece que el afán del mandatario era resaltar la condición del autor y de la esperanza de la rehabilitación. Pero otras personas creen que no debió ser una imagen de una advocación mexicana. Decían que los presidentes, en similares trances, suelen regalar copias de la Virgen de Legarda, llamada de Quito, muy bella, pero no es una devoción popular. Somos, en esto también, un país descentrado. Mientras la de Guadalupe representa sin duda a México, la de Luján a Argentina, la de la Caridad del Cobre a Cuba, casi cada provincia ecuatoriana tiene su propio culto mariano: Quinche, Cisne, Rocío, Nube..., etcétera.

Esto no les importará a los vanidosos que lo consideran supersticioso y anacrónico, aunque en realidad lo que rechazan es que sea popular. En la actualidad, en todo el continente, no hay líder ni partido político que sea capaz de desatar las manifestaciones multitudinarias que levantan las advocaciones marianas. El fútbol concentra gran atención mediática, pero es temporal y, para ponerlo en fácil, cuando alguna persona está en problemas se encomienda a su virgen y no a su equipo. En los hechos, el catolicismo adora a una “cuaternidad”, como diría Miguel de Unamuno, por eso, en la realidad de la liturgia “la madre de Dios”, nada menos, recibe un culto que supera ampliamente al de otra persona trinitaria, el Espíritu Santo, cuya identidad ambigua y compleja es difícil de concebir para gran parte de los fieles. Una encuesta entre católicos demostrará que un porcentaje mayoritario, al preguntársele “¿qué es el Espíritu Santo?”, responderá “una palomita”. En cambio, qué tranquilizador es identificar a la Sagrada Familia con la vida común y corriente para los cientos de millones de católicos. Dioses humanados, pero más humanidad divinizada.

No fueron los españoles los primeros conquistadores que construyeron templos de sus dioses sobre los que tenían los conquistados. Esta táctica de dominación es aprovechada por los sometidos que mimetizan el culto a su dios derribado con el del entronizado por los nuevos señores. Por eso, buena parte de los santuarios marianos fueron levantados sobre adoratorios aborígenes, especialmente sobre los dedicados a divinidades femeninas, frecuentemente diosas embarazadas, protectoras de la fertilidad, asociadas a la Luna, al agua o las estrellas. El caso de Guadalupe es paradigmático. Su basílica está construida sobre el altar de Tonantzin, “nuestra madrecita” para los aztecas, en torno del cual luego se desarrollaría el mito del indio Juan Diego y la imagen pintada por los ángeles. En El Quinche hubo un templo de la Luna, cuya cubierta interior de plata fue “desollada en honor a san Bartolomé” por los conquistadores. Se registran decenas de casos similares en todo el continente, en los que se aprecia el enriquecimiento conceptual que provocó el sincretismo mestizo. La diosa que da a luz, la madre, representa la continuidad y enlaza la historia con la esperanza. (O)